Ydañez o las muecas del horror

En esta su primera exposición individual en Valencia, ciudad en la que ha establecido su residencia, Santiago Ydáñez (Jaén, 1969) presenta una grotesca galería de autorretratos. Persis-tiendo en la utilización del retrato, tema en torno al que ha girado casi exclusivamente su obra, este joven pintor mueve las tripas de la pintura. De este modo, haciendo acopio de las más variadas expresiones de su propio rostro, deja actuar a la pintura de forma descarnada y vehemente. Una y otra vez, su rostro, apenas reconocible, no hace sino mostrar un catálogo de gestos en los que se condensa el semblante humano, espantado y angustiado, atemorizado y terrible.

 

En esa forma de expresar lo monstruoso deja Santiago Ydáñez, sin embargo, un ápice de ironía, cuando no de humor negro. De manera atropellada, sus pinceladas, rápidas y agresivas, esquematizan una mueca que tan pronto puede resultar dolorosa como desconcertantemente sarcástica. En blanco y negro, su estereotipado catálogo de gestos chirría, aún más, cuando la pintura se detiene en el rostro, como si se tratara de un grosero maquillaje. De esta manera, es como Santiago Ydáñez se descara como un pintor sardónico, recreándose en un juego conceptual muy próximo al expresado por Marlene Dumas.

De otra parte, tanto los primeros planos cinematográficos como las acotaciones fotográficas que parecen revelarse en la pintura de Santiago Ydáñez, la hacen también pareja a la obra del joven pintor Enrique Marty. En la obra de ambos pintores, el abusivo uso de grotescas imágenes, así como su esperpéntica puesta en escena, sitúan al espectador en una posición incómoda. Picados y contrapicados, y violentas angulaciones lo emplazan frente a un espejo en el que acaban reflejándose sus propias inquietudes.

Para dar mayor eficacia, si cabe, a sus terribles imágenes, Santiago Ydáñez extiende habitualmente su pintura en lienzos de formatos descomunales, dispuestos para agigantar su desproporción caricaturesca. Sin embargo, no contento con ello, en sus últimas obras, ha echado mano de otros formatos, como lienzos circulares, y otros soportes, como el aluminio y el metacrilato, sobre los que refleja y hace girar, de forma sorprendente, una pintura que parece rehacerse una y otra vez, volviendo sobre el mismo tema, sobre la misma incisiva pincelada, sobre los mismos terribles argumentos.

Con ello, Santiago Ydáñez no descubre nada nuevo. Actualiza, eso sí, el rostro de la pintura. Acudiendo a uno de los temás centrales de la historia del arte, el retrato, restablece su visión en la contemporaneidad. De este modo, aglutinando simples recursos pictóricos y haciéndolos cómplices de un ingenioso juego conceptual, muestra una pintura, que no por elemental y directa, pierde en eficacia y convicción.

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José Luis Clemente

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