El objeto precario de Pedro Mora

Cabeza borradora, 2005

El arte, salvo excepciones, no viene con instrucciones de uso, y cada artista, cada obra, nos llega al entendimiento –nos afecta en el mejor de los casos– según la base de experiencias y de conocimientos que cada uno posee.

El artista cuenta, no obstante, con un amplio repertorio de, digamos, “reacciones esperables”, sean intelectuales o emocionales, ante determinados materiales, imágenes o asociaciones. En esta exposición, Pedro Mora (Sevilla, 1961), al que no veíamos en Madrid desde el año 2000, juega con una serie de elementos de fuerte implantación en la memoria y que provocan respuestas instintivas, para enfrentarse a un reto que él mismo formula así: “organizar un proyecto partiendo de un modelo como problema. ¿Cómo se ve la totalidad de unidades en la escultura?”. Su texto en el catálogo es bastante farragoso –de hecho consiste en una recopilación de notas–, pero de él sacamos en claro algunos conceptos. Entre otras cosas, se trata de poner en práctica varias estrategias de dislocación y de fragmentación, que producirían experiencias intensas y una contemplación diferente del objeto, como algo precario e imperfecto. En varias de las piezas, los objetos o esculturas han sido rotos en pedazos y luego recompuestos con la ayuda de algún tipo de masilla. Acerca de ellos, dice Mora que “estos objetos con sutura podrían suplantar a nuestras antiguas ruinas”. Es curiosa esta recurrencia del viejo y romántico tema de las ruinas en el arte actual, y en concreto en las últimas exposiciones que me ha correspondido comentar (Loris Cecchini y Carlos Bunga). En el entorno tecnológico, nuevo y brillante, que nos caracteriza como sociedades prósperas y pacíficas (ya sólo hay ruinas en áreas de guerra o de economía deprimida), sigue habiendo algo roto. En la relación del individuo con la realidad, o en el alma. A cada cual le duele algo, le falta algo.

Probablemente no era esta la intención principal de Mora al concebir esta muestra, pero es posible interpretarla como un conflicto entre civilización e instinto. Desde hace años, es frecuente en él la utilización de materiales industriales para construir sus esculturas; en esta ocasión, presenta varias “imágenes petrificadas” realizadas en arenisca de corte maquinal e introduce una profusión de cuchillos afilados y destellantes. La apariencia gélida de la Mesa afiladora revela inmediatamente un escenario preparado para un juego asesino. La violencia implicada en el destrozo de los objetos (cerámicas, sillas) es convertida en motivo cultural al ser presentada en unas raras vitrinas museísticas (también golpeadas). En las interesantes “fotonarraciones” se insinúa un mundo de placeres infantiles que también se aprecia en algunas de las esculturas, como Choco-glue (miedo y pereza), los “troncos” recubiertos de masilla con aspecto de plastilina y de chocolate: una mujer dibuja en la pared con trozos de chocolate que chupa ensimismadamente, o hace recomposiciones de piezas, con las manos o con los pies. En las foto-esculturas, serigrafías sobre aluminio, finalmente, con fotos de manos y cuchillos, la imagen contagia al soporte su peligrosidad, en esos perfiles plegados y cortantes.

Pedro Mora, que tal vez por lo espaciado de sus apariciones y por lo pretencioso de su discurso teórico no ha acabado de convencer a muchos, muestra aquí una coherencia y una intención comunicativa que le favorece mucho.

Elena VOZMEDIANO


Incidentes y fragmentos
Soledad Lorenzo. Orfila, 5. Madrid. Hasta el 28 de mayo. De 6.800 a 32.000 e

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