Juan Suárez, pintor: «Sevilla le tiene miedo al futuro»

Juan Suárez

-Parece que su vida no termina de descantarse entre la arquitectura y la pintura.¿Cuál es la pasión y cuál la profesión?

-Yo diría que es una pasión dual. Estudié Bellas Artes y lo hice con buenas calificaciones, pero donde realmente realice mi período formativo fue en la Escuela de Arquitectura, estudios que no terminé. Pertenezco a esa generación de pintores-arquitectos en la que están inmersos nombres como Gerardo Delgado o José Ramón Sierra, profesionales como Víctor Pérez Escolano, quien tampoco ha construido mucho sino que se ha dedicado más a la teoría, o incluso como Boyaín, aunque él se decantó finalmente por el cine. En mi equilibrio entre la arquitectura y la pintura, se enriquecen ambas opciones.

-«Mirada, Memoria, Engaño», fue su última individual en Sevilla en el 87, ¿por qué ha tardado casi diez años en realizar otra exposición individual?

-He hecho otras exposiciones, pero colectivas. Casi siempre he trabajado con Juana de Aizpuru y ella ha cerrado aquí su galería.

– «Lugares Geométricos» que se inaugurará en febrero en la sala Chicarreros de la Caja San Fernando, ¿es una retrospectiva?

-Es una muestra de casi toda mi producción, porque la primera obra data de 1968 y aunque se pretendía parar en los ochenta, al final hay también otras obras del 2001 al 2003.

-¿Su obra tiene una continuidad además de la temática?

-Creo que mi obra es una progresiva reflexión sobre el color, la estructura geométrica, la tensión en el plano con una cierta carga de ironía y de referencias al pasado. Ahora, transcurridos los años, la ironía se ha convertido en socarronería, aunque a veces pienso que continúa existiendo esa poética que siempre he buscado y que lo que yo inicié hace años, tiene mucho que ver con lo que se está haciendo ahora, aun partiendo de lugares diferentes.

-¿En qué lugar queda su faceta de diseñador?

-Para mí es muy importante. He realizado el diseño corporativo del teatro de la Maestranza y estoy muy orgulloso del cartel de la Bienal de Flamenco de 2002. Para mí el diseño es algo habitual, porque nosotros comenzamos haciéndo todo: la exposición, la obra, el catálogo, el cartel…, hasta el soporte de la obra. También estoy muy orgulloso de un puente cuyo concurso ganamos el estudio de arquitectos de Antonio Herrero y Rafael Casado y que por fin se ha construido este año en Córdoba sobre el Guadalquivir.

-¿Qué valora más ser artista o trabajar en su estudio de arquitecto?

-Trabajar con arquitectos enriquece mi proceso pictórico. Además, ser artista se valora mucho en el mundo de la arquitectura, pues en los últimos años los arquitectos cada vez más se vinculan al mundo de lo plástico.

-Usted tiene una doble visión al caminar por la ciudad, ¿qué sensaciones recibe de ella?

-Mi relación con Sevilla ha sido siempre de amor-odio, porque me interesa muchísimo esta ciudad, pero también a veces tengo un fuerte rechazo. Esperaba que en el 92, después de 63 años del primer hito de cambio en Sevilla que fue el 29, volviera a producir un proceso que convulsionara la ciudad, que la impulsara hacia el siglo XXI. Pero, lamentablemente no ha sido así. En Sevilla no ocurre nada, y a veces cuando ocurre, mejor que no. No existe una apuesta clara y decidida por el progreso. El rigor, el talento y el esfuerzo ha dejado de recalar en Sevila, y desgraciadamente ya no siento ni siquiera rechazo, sino indiferencia. Para mí está claro que Sevilla tiene miedo al futuro.

-¿Envidia otras ciudades?

-Claro, hay ejemplos que son envidiables. Barcelona, que ahora produce con el Forum 2004 debate en el mundo de la cultura, de la plástica, de la arquitectura…, Bilbao, Valencia, incluso Málaga tiene una apuesta decidida por el progreso.

-Hablando de apuestas hay un espacio en el centro de la ciudad, como es la Encarnación, en el que Sevilla se juega mucho. ¿Cómo le parece que debería abordarse?

-Nosotros, como estudio de arquitectura nos hemos presentado al concurso. Pero, en cualquier caso, pienso que hay que echar por la borda todo el lastre que ha podido suponer el debate sobre el espacio y pensar con generosidad en el futuro. Ahí va a instalarse una estación de Metro. Es decir, va a haber un flujo importante de gente, incluso de personas que vengan de Santa Justa. Es decir, alguien que viva en Madrid puede estar en el centro de Sevilla en tres horas. Hay que conseguir un uso comercial, lúdico, deportivo, aparcamiento…, hay que dinamizar este espacio con rigor y sin miedo al lastre histórico.

– Lo que ocurre es que tanto políticos como ciudadanos en ocasiones temen bastante a los arquitectos.

-Sí, es cierto, y hay que temerlos porque a veces pueden cometer auténticos desmanes y son personas que ahora tienen muchísimo poder y relaciones. Sobre todo en los últimos tiempos en los que los arquitectos viajan en jet privado, tienen oficinas de marketing y todo eso. Yo contemplo a esa gente como fenómeno social, pero no me interesan de otra forma.

-Cuál sería su arquitecto fetiche?

-Alvaro Siza, por su discreción y por su forma de entender la arquitectura. Él, que ha recibido el Pritzker de arquitectura, todavía tiene intacta su sensibilidad y su mundo personal. Me interesa también mucho la arquitectura suiza, de profesionales como Peter Zumthor. Al contrario, por ejemplo del fenómeno Calatrava, un hortera de tomo y lomo, un nuevo rico de la arquitectura que hace obras costeadas y aparatosas pero carentes de sensibilidad y del mas elemental sentido del tacto y la moderación.

-Hay quien dice que los arquitectos son como los «primos hermanos de Dios».

-No sé si tanto, pero lo que sí ocurre es que cuando una obra plástica, por muy grande que sea, no ocupa el espacio que debe, simplemente se desplaza y ya está. En arquitectura, cuando una obra tiene un equilibrio equivocado o fallido, para eliminarla hay que dinamitarla.

-¿Dinamitaría algo en nuestra ciudad?

-En Sevilla están ocurriendo cosas espantosas. Por ejemplo, la remodelación de la plaza de Cuba. A alguien se le ocurrió que había que cambiarla y eliminó de un plumazo el álamo asimétrico, que estaba bien puesto; la escultura de un artista injustamente olvidado como Antonio Cano, que también estaba bien y que conjugaba con la estética de los cincuenta y sesenta de las casas de Gutiérrez Soto y sus murales de cerámica. Pues bien, viene una cabeza pensante, y con un criterio cateto elimina todo de un plumazo, hace una especie de kiosquillo para los ascensores sin ningún tipo de diseño. Un bodrio. Sólo protestó Fernando Carrascal. Pero nada. En Bilbao, por ejemplo, para hacer este tipo de diseño acuden a gente como Norman Foster, con el que se puede no compartir el gusto, pero sí se hacen las cosas con otra cabeza, mirando hacia adelante.

Por MARTA CARRASCO

www.abc.es

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