LA HORA SIN SOMBRA

J. M. Pereñíguez

La Galería Tomás March presenta el próximo 5 de junio LA HORA SIN SOMBRA, una exposición colectiva que reúne obras de los artistas sevillanos Juan del Junco, Miki Leal, Javier Martín, Cristóbal Quintero y J. M. Pereñíguez.

La hora sin sombra es fundamentalmente el mediodía. Ya hace horas que amaneció, y las expectativas de la mañana, cuando todo parecía posible, se han disipado. En este momento, el tiempo se afirma por vez primera con cierta gravedad, la luz del sol cae paralela al eje del mundo y todo queda revelado. Sólo dura un instante, que nuestra imaginación se complace en prolongar para hacernos ver que ha de durar para siempre. Pero es un engaño, todo lo más un bonito sueño, el mundo “redondo y maduro” del filósofo. A estas alturas del día y en esta época del año, lo más sensato es empezar a buscar cobijo.

Las fotografías de Juan del Junco han abordado un rico repertorio temático, desde el comentario sociológico a la exploración de la propia biografía. Recientemente ha desarrollado un interés creciente por explorar la relación entre arte y ciencia y sus respectivos métodos y sistemas de representación, explicable por su temprana iniciación en el campo de la ornitología. Desde el registro neutral, fáctico, de la realidad, a la composición teatral de poses y actitudes, se desvelan críticamente en sus imágenes los recursos adoptados por el lenguaje de la fotografía y, al confrontarlos, se hace planear sobre todos ellos una sombra de ironía sobre sus valores de autoridad o veracidad. Desde posiciones lúdicas y poéticas, Juan evoluciona hacia un registro más neutral y analítico, animado por el ejemplo de esos naturalistas pioneros que tanto admira, atisbando la posibilidad de borrar la escisión entre dos modos de ver/ entender el mundo y hacerlos converger en un solo relato.

La obra de Miki Leal parece guiada por un feliz e infalible instinto. Ávido consumidor, lector y propiciador de imágenes, Miki toma sin complejos aquellas que mejor sintonizan con su mundo, ya se encuentren éstas a la vuelta de la esquina o en el confín de la esfera icónica. Sus pinturas sobre papel, más refinadas y personales a medida que su autor descubre sus poderes, absorben así sus gustos, sus influencias, sus elecciones personales y vitales, sus viajes, conformando, a partir de todo ello, una especie de dietario pintado, repleto de anotaciones memorables, en el que lo banal es enaltecido y lo sublime, contemplado con velada e irónica fascinación. La absoluta naturalidad y descaro con que el trabajo pictórico y el modo de vida, de Miki se iluminan, se reconocen, se espolean y se traban entre sí en un juego gozoso, casi demónico, arrastran y hechizan al espectador más avisado.

La actitud creadora de Javier Martín presenta notables rasgos herméticos. Ni vistas enmarcadas ni visiones asomadas al interior, sus cuadros se erigen más bien en prototipos o artilugios, que existen solamente en un plano extraviado entre naturaleza y artificio, entre lo biográfico y lo puramente pictórico. Las relaciones y tensiones que se establecen entre los motivos, algunos de ellos recurrentes, que pueblan estas pinturas, son así reguladas por una mecánica privada, por una idea de necesidad que supera la mera retórica de la composición. De esta forma, Javier propone resolver el dilema entre abstracción y representación de una manera personal: mediante una ingeniosa aprehensión de aspectos técnicos y mágicos que se erigen en rectores de un caos ordenado, propenso a estallar a todo color frente a la mirada ajena.

Cristóbal Quintero manifiesta a través de su obra una visión de la realidad llena de lucidez, ingenio y compasión, enriquecida por su amplio conocimiento de la historia del arte y de la cultura visual contemporánea. Sus pinturas reflejan con frecuencia aspectos ordinarios de la vida y el comportamiento humano: el ocio moderno, las relaciones personales y sociales, los sueños, obsesiones y deseos más o menos confesables. De estos mimbres, Cristóbal consigue, con recursos pictóricos cada vez más singulares y enrarecidos, componer un alucinado y divertido tapiz que deja entrever múltiples referencias, desde la recreación de mitos atemporales, hasta la imaginería heredada de la sátira o los arquetipos del psicoanálisis, pasando por las convenciones de los géneros pictóricos tradicionales, todo ello tramado sobre el bastidor con una franqueza y una eficacia plástica desarmante.

Los dibujos de J. M. Pereñíguez, son un comentario en voz baja de diferentes aspectos que atañen a su rutina de taller. Partiendo de composiciones y modelos reales, Pereñíguez pretende establecer paradojas y perplejidades, no como posibilidades del juego de la representación, sino como cualidades efectivas de los objetos y de la forma. Asimismo, el concepto de dibujo busca ampliarse hacia el relato escrito o hacia la escultura, pues antes de pasar al cartón que les sirve de soporte, estas obras se han dibujado con palabras o con materiales, de modo que algunas no llegan siquiera a rebasar ese estadio. El valor casi testimonial –y sin embargo necesario, pues es el único testimonio- del dibujo resultante respecto a todo este proceso privadas, se extravía en sutilezas morales o visuales que cuestionan la manera de mostrar y en manías de ejecución, disimuladas por el aparente laconismo de la propuesta.       

Jesús Reina, comisario de la exposición.

 

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