Darío Álvarez Basso y Miguel Ángel Tornero ganan el IV premio ABC de Pintura y Fotografía

Álvarez Basso, en su estudio en Madrid. ÁNGEL DE ANTONIO Y ABC

«El argonauta vuelve a las islas negras», de Álvarez Basso, y «Suite Murakami», de Tornero, se alzaron con los galardones, dotados con 15.000 euros cada uno

A sus 36 años, Darío Álvarez Basso, gallego nacido en Caracas (llegó a España con tres años), tiene a sus espaldas una amplia experiencia de exposiciones (individuales y colectivas tanto en España como en el extranjero) y su obra cuelga en importantes museos de Europa y Estados Unidos. Procede de una familia de intelectuales, poetas e, incluso, pintores: hijo de gallego y venezolana, cuenta divertido que su padre suele decir que es el único gallego que emigró por amor y no por dinero. Empezó en esto de la pintura a los 17 años. Fue entonces, cuando, «en un gesto adolescente de rebeldía», decidió eliminar su primer apellido de su firma. En Suiza le recuerdan que Basso suena a Picasso. «Me falta demasiado trabajo», apunta.

Un argonauta en Galicia…

En el cuadro premiado (un óleo y acrílico sobre lienzo de 2 por 2 metros) retoma la figura del argonauta, una imagen poética recurrente en su carrera y «alter ego» del artista. Como Ulises, Álvarez Basso es un viajero incansable. Si gracias a Álvaro Cunqueiro, aquel personaje mítico viajaba a las Islas Cíes, ahora vuelve a una zona especialmente castigada, de la mano de Álvarez Basso. Para este artista profundamente comprometido (conflictos como el de Oriente Medio han tenido cabida en su obra), el desastre del «Prestige» no podía pasar por alto en su creación: «El arte gallego siempre ha estado marcado por la luz del mar y este drama nos ha tocado mucho psicológicamente. He tratado de hacer un exorcismo de la catástrofe». En sus últimos trabajos, este argonauta se estableció de 1999 a 2002 en la selva venezolana. Ese canto a la naturaleza, que fue una vuelta a sus orígenes, se torna ahora un grito contra esta agresión a la naturaleza: «Me sentí desgarrado por mi propia obra». Una mancha negra pintada en una hoja de plátano se convierte en su particular chapapote en la obra que ha merecido el IV premio ABC de Pintura. Parte de esta serie dedicada al drama gallego podrá verse dentro de unas semanas en ARCO, donde estará presente en las galerías Metta y SCQ.

Pintar es, para él, una batalla consigo mismo, con sus problemas psicológicos, sociales, éticos, políticos… En un cuerpo a cuerpo con el lienzo, se mide no sólo conceptual, sino físicamente. Amante de la poesía y la música, su pintura tiene no pocas dosis de lirismo. Logra crear unos mundos intimistas y poéticos. No es un pintor al uso. Los títulos de sus cuadros le delatan: «Equinoccial» (un personal homenaje al biólogo y botánico Humboldt y a una forma de investigación abstracta y poética), «Ordo Virtutum» (otro homenaje, en esta ocasión a la compositora alemana Hildegard von Bingen)… Es tal su relación con la naturaleza, que durante su estancia en la selva tropical rompió los muros de su estudio y llegó a sumergir los cuadros en el agua para que ésta influyera en la obra final. Siempre al margen de escuelas y modas, este argonauta no ha parado de viajar (París, Roma, Nueva York…) para completar su aprendizaje. Ha bebido de artistas como Klee, Tàpies, Miró, Darío Villalba, Arroyo, Guinovart, Torner… siempre con ansias de aprender más, de «contagiarse con el virus del arte». Un virus contra el que parece no estar inmunizado.

…y una japonesa en Granada

Estudiante de Tercer Ciclo de Bellas Artes y enfrascado en el segundo año de doctorado (o «suficiencia investigadora») con una tesina sobre los «animales en el arte contemporáneo» (a partir de un cuadro paradigmático de Joseph Beuys sobre «cómo explicar un cuadro a una liebre»), Miguel Ángel Tornero, nacido en Baeza (Jaén) hace veinticuatro años, considera que un premio como el ABC de Fotografía «es el que te da verdadera credibilidad en el mundo del arte». La obra ganadora tiene una historia muy especial: «Es la fotografía de la casa de mi amiga Mika Murakami, de treinta años, compañera mía en la Facultad de Granada y que ahora está en Japón. Creo que le debo una buena cena. Trabajo siempre sobre la cotidianidad. Busco sitios y convierto a mis amigos en personajes de mis historias, del contexto y de los escenarios. La de Mika es una casa muy interesante para ser fotografiada; es un espacio muy pequeño y saturado. Con mi cámara quería transgredir ese pequeño espacio y unir pedazos de realidad». Miguel Ángel Tornero, licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Granada, confiesa que «manipula» sus realidades desde el ordenador: «Trabajo en la fotografía digital y manipulo esas realidades para lograr «realidades extrañas» (o extrañadas). Hay un libro muy interesante titulado «El retorno de lo real» que en cierto sentido nos da la certeza de que se ha vuelto a la realidad por una especie de mística perdida».

A Tornero le apasiona la narración, la ambigüedad, que el espectador participe, sea activo: «Al hacer esta «realidad extraña» invito al espectador a que concluya y culmine la obra. Le ofrezco una especie de trama y quiero que él se invente un final». Hirst, «el niño terrible del arte inglés», Taylor Wood, Wall o Foster son creadores cuya obra interesa a Miguel ÁngelTornero: «El canadiense Jeff Wall, por ejemplo, cuya obra recrea ambientes psicológicos, trata la fotografía como si fuera una obra cinematográfica. Son ambientes psicológicos».

En tributo a los padres

Este joven «artista plástico», como así le gusta definirse, trabaja con un ingente archivo que enriquece jornada a jornada con su cámara digital, que nunca abandona: «Robo espacios de realidad para descontextualizarla. Me gusta manipular la imagen y trascender el soporte. Mi educación visual es más bien pictórica».

La pasión fotográfica la heredó Tornero de sus padres, a quienes quiere rendir tributo: «Mi padre trabajó muchos años en el estudio de Vicente Ibáñez en Madrid y luego creó su propio estudio en Baeza, donde proyectó su enseñanza. Ahora está jubilado, pero la herencia de mis padres es impagable». Además, sus cuatro hermanos (Nono, Cristóbal, Lola y Ana) se dedican también a las Bellas Artes. Miguel Ángel Tornero, que ayer viajaba a Madrid para recoger un premio «de una revista consistente en una cámara, que tiene más calidad que la mía, aunque nunca la traicionaré, una impresora y programas informáticos», expone en La Casa Encendida y en febrero en la Sala de Star, de Sevilla.

ABC SEVILLA // A. ASTORGA / N. PULIDO

 

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