Hablar con grandilocuencia suele despertar la ironía del oyente, sobre todo cuando el discurso es impreciso y enrevesado. El autentico artista habla sin caer en la retórica y por eso suele ofrecer al espectador un espacio para la reflexión, otorgándole la posibilidad de completar el sentido de su obra. Este camino, estas pautas son las que elige Javier Martín en su última muestra, "La Leyenda", auténtica crítica del papel legitimador de la narración en la obra de arte y un lugar donde el público es pieza esencial.
La línea argumental básica de la trayectoria artística de nuestro tiempo es la de una progresiva independización de las formas artísticas de sus viejos deberes significativos, es decir, el arte se justifica en el arte. Esta idea se fortalece de modo especial en torno a 1955 en los ensayos del teórico Clement Greenberg, a propósito de las creaciones de los Expresionistas Abstractos Norteamericanos, que concretó y explícitó entre nosotros, el crítico sevillano José María Moreno Galván. La inexistencia de una historia, cuento o crónica consolida una postura sarcástica contra la desmesura de ciertas narraciones pretendidamente intelectuales y reivindica algo que el Minimalismo subrayaría aún más en los años 60, la participación del espectador. El artista no pretende la perfecta emisión de un mensaje preclaro y conciso que sea recibido por el que mira sin deterioro alguno, procura buscar más bien algunos puntos de encuentro con el espectador, manteniendo siempre un espacio vacío donde este último pueda trabajar (indagar en sus recuerdos, en sus conocimientos, en sus experiencias…). Esos puntos de encuentro, en el caso de Javier Martín, son fragmentos de imágenes cotidianas realizadas con pintura por el propio autor: el popular personaje que sirve de logotipo a una empresa cervecera, flechas construidas a base de píxeles, personajes de cómics y motivos de papel pintado ocupan su lugar constituyendo una composición equilibrada y sugerente.
Aquí comienza la labor del que observa. El espectador inicia un periplo que cabría resumir en tres pasos. En un primer momento, pretende descifrar un jeroglífico o mapa codificado; cuando es consciente de que lo allí representado no expone un hilo argumental coherente, comenzará a examinar los aspectos puramente pictóricos: color, gesto en la pincelada, composición, relación entre las figuras; al final, será -víctima- de la potencia que presentan los fragmentos de imágenes porque éstos apuntan y aluden incesantemente a su memoria, fantasía y conocimiento. El historiador y teórico del arte de origen austriaco Ernst Hans Josef Gombrich aclara en torno a la imagen: "Las imágenes no sólo tienen una historia sino también un poder". Gombrich describe la forma en que la imagen activa, evoca y provoca. "La Leyenda" de Javier Martín funciona con este mismo resorte, algo en nosotros parece accionarse tras observar sus pinturas.
Como en las mejores novelas, se ha producido un giro inesperado. Tras haber perdido las esperanzas de encontrar la identidad del artista, comúnmente reflejada en su creación y persistentemente rastreada por el entusiasta, no sólo lo hemos encontrado a él sino también a nosotros mismos.