Federico Guzmán. La fuente de la vida. Proyectos 2009-2011. Galería JM

Federico Guzmán

 

Mis primeros recuerdos de fascinación ante la magia del dibujo son ver a mi padre, un hombre de vocación artística e ingeniero de profesión, trazando con un lápiz en folios de papel. Su mano grande se movía resuelta y del espacio en blanco brotaban como por encanto formas, figuras y personajes que me deleitaban y maravillaban. Bailando y aplaudiendo nervioso, yo también quería hacerlo y mi padre me daba el lápiz y el papel, donde me explayaba con rayones, garabatos, pintarrajos, líneas sinuosas, espirales, círculos, soles, cuerpos de palo y monigotes que a menudo saltaban más allá de la hoja y se extendían por las paredes del cuarto de juegos, con la cariñosa aquiescencia de mis progenitores. Muchos de mis momentos más felices han sido los que he pasado absorto dibujando, haciendo trabajos manuales o simplemente tumbado boca arriba, mirando las musarañas. Desde entonces, muchas cosas han evolucionado vitalmente pero me alegra sentir que aquella fascinación con la creación de imágenes en poco o nada ha cambiado.

 

Muchas personas consideran que la creación es un proceso incógnito y excepcional. A la mayoría de la gente le parece que saber dibujar o pintar es algo misterioso y hasta piensan que la forma de llegar a hacerlo supera en cierto modo la comprensión humana. El acto creativo está imbuido de una variada serie de mitos folclóricos como el del genio innato, el artista perturbado, la santificación del dolor o el mito de la vida intensa, que como sabemos ha acarreado más de un disgusto. Aunque este tipo de ideas hacen que se valore a los artistas y sus obras, la verdad es que no animan mucho a una persona para aprender y dedicarse al oficio de las artes. Por otra parte nuestra cultura tiene una perversa disposición y es que no nos educan para aprender a ver, ni nos preparan para comprender las imágenes, ni a percibir con claridad, ni de manera diferente a como lo hacemos siempre, perpetuando su forma única de ver el mundo y su dominio sobre él. Además, la industria del espectáculo imparte un concepto cerrado de la creatividad que es coartada para imponer por ley la llamada propiedad intelectual y para el cierre y alambrado de los campos comunes del conocimiento. En nuestra sociedad del espectáculo, la vida social se ha transformado en su representación, el ser ha declinado en tener, y el tener simplemente en parecer.

En este contexto el artista no es un creador puro, en el supuesto de que la creación pura, el llamado arte por el arte, además de pura entelequia no sea sino una güevonada. El arte es copia, capital y abundancia de bienes espirituales. Muchos creadores en el campo de la música, la literatura o las artes visuales defendemos la “herejía” de que compartir es bueno y que las tecnologías de la información son oportunidades de acceso a la cultura y de creación para todos. Todos los lenguajes nacen de un territorio común; cada obra es parte de un proceso colectivo y es diálogo con la cultura universal, en constante reescritura, debate y transformación; y los frutos del conocimiento son patrimonio de todos. Si entendemos con Marcel Duchamp el arte como “un juego entre todos los hombres de todas las épocas” podemos imaginar la invención como un proceso creativo abierto que copia y transforma los elementos de la cultura para combinarlos y volver a compartirlos permitiendo que la historia continue su curso.

Figuras complementarias a la del artista son las del productor, el programador o el dj. Pero mi favorita es la que emplea Quico Rivas para definir a mi amigo Alonso Gil: el artifex es, en la tradición esotérica, a un tiempo demiurgo (creador) y technites (trabajador manual), condiciones ambas que en la antigüedad clásica compartían por igual tanto los pintores, los poetas y los músicos como los tejedores, los carpinteros y los médicos. Como recordaba Arturo Schwarz en un delicioso texto sobre los que él considera cuatro caminos convergentes: surrealismo, tantra, alquimia y anarquía: “el alquimista, como el artista, es el arquetipo del rebelde anarquista no sólo porque reivindica para sí la juventud de los dioses y su poder creador, sino porque ha entendido que la revolución es la juventud del hombre, y viceversa, tanto a un nivel colectivo y filogenético, como a un nivel individual y ontogenético”.

Federico Guzmán

A principios de los noventa, Hakim Bey cuestionaba la noción histórica de revolución: “¿Estamos los que vivimos el presente abocados a no experimentar nunca independencia, a no habitar jamás un trozo de tierra regulado sólo por la libertad?” En un memorable librito que me fascinó profundamente, TAZ la Zona temporalmente autónoma, Bey afirmaba que en realidad la libertad ya está aquí. La autonomía existe en el tiempo, dijo, más que en el espacio. Es en el momento presente de revuelta, imaginación salvaje, abandono y rebelión en que nos fugamos de la cárcel del pensamiento, en el dulce momento en que uno se libera completamente de todo control político y social. Estos momentáneos orgasmos de la historia son la inspiración que da sentido a la inagotable lucha por la libertad.

En las grietas de una crisis financiera, medioambiental y alimentaria regida por el egoísmo, se esta abriendo espacio la transformación impulsada por personas y movimientos de masas en todo el mundo. Desde la protesta del campamento saharaui de Gdeim Izik en El Aaiún ocupado, origen de la primavera árabe, al 15-M, la ocupación de Wall Street y el 15-O, millones de voces se están levantando en movimientos basados tanto en la solidaridad como en la diferencia, en oposición a la homogeneidad y la separación del imperialismo genético y el neocolonialismo multinacional. En esta realidad el arte es otra herramienta que se suma a la revuelta, sirviendo a la evolución de la conciencia colectiva.

Como manifiesta la poetisa saharaui Sukeina Aali‐Taleb, el arte, la cultura y la educación son armas de lucha pacífica por el respeto a los derechos humanos y el derecho de todos los pueblos a su tierra, sus raíces y su libertad. Trabajando con artistas saharauis en ARTifariti, los Encuentros de arte en el Sáhara Occidental, me leyeron un hermoso verso del Corán: “Hay espacio para todos en la Tierra de Alá”. Al conocer la triste historia de este pueblo hermano, aprendemos a valorar la profunda relación de identidad entre una comunidad, su tierra y su cultura. El pueblo saharaui, ocupado y exiliado, resiste como la talja, el invencible árbol del Sáhara, una acacia espinosa, medicina y alimento de camellos, que hunde sus raíces en las rocas del desierto.

Con una metáfora comparable, Paul Klee parangonaba al artista con un árbol. Las raíces le unen con el mundo y la naturaleza  de donde extrae la savia que alimenta su mirada y su talento, que se corresponden con el tronco, el cual se expande hacia todas partes en las ramas, mucho menos firmes y mucho más frágiles que las raíces, pero más visibles y sin duda mucho más bellas. Esa belleza que no nace en el artista, sino que sólo pasa a través de él, es también transformación alquímica interior. Como el árbol de Klee crecemos espiritualmente y nuestra transformación está vinculada a dar forma al mundo que habitamos. Somos gente-bosque, unida por nuestras ramas y conectada por nuestras raíces a un paisaje en las intersecciones de naturaleza, cultura e historia que forman el substrato sobre el que vivimos. Nuestras redes culturales son las mismas redes vivas complejas de los bosques, suelos, mares y ríos que nos proporcionan vivienda, ropa y alimento. Somos todos parte de todo y unimos el compartir historias con hacer cultura de habitar la tierra, nuestro pueblo, nuestra casa.

Al concluir estas líneas en la noche, me distraigo de la pantalla del computador. Pongo la mente en blanco y respiro. Mi mano se va con el lápiz, garabateando en un cuaderno, una vez más aparecen dibujos… peces, soles, espirales y corazones que salen como por encanto… El arte, querida lectora, somos nosotr@s mismos. La fuerza creadora del universo está en nuestro interior. La cuestión es ¿qué vamos a hacer con ella?
 

Federico Guzmán
Sevilla, equinoccio autumnal 2011

 

Inauguración: Sábado, 19 de noviembre de 2011

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