De artistas a comisarios_ Juan Antonio Álvarez Reyes

Palais Tokyo, foto: arplus.com (añadida por webmaster)

Hay exposiciones que sorprenden favorablemente por la rara inteligencia con la que son concebidas -y luego levantadas- mediante un dispositivo que alcanza un alto grado de efectividad. No son muchas, es verdad; pero cuando se consigue visitar una de ellas, enseguida llega la reconciliación con un género claramente inflacionario. Ciertamente, la burbuja expositiva aún no ha pinchado como efecto de la crisis económica, pero no deja de ser una evidencia la necesidad de un cierto grado de deflación. O puede que la cosa no sea para tanto, es decir, que con invertir los papeles y cambiar a los actores se logre salvar -por el momento y hasta nuevo aviso- la representación. En París han empezado por trastocar el rol entre comisario y artista.

Mayor inteligencia

La línea del Palais de Tokyo cambió por completo con la salida de sus directores fundadores. Ahora puede que haya menos vida social, pero, seguramente, más inteligencia expositiva. Una inteligencia rara, rayana con los estudios visuales en las muestras que anualmente un artista comisaría en todo el gran espacio disponible. En «la carta blanca» que desde la dirección se les da parece que va implícita la necesidad de traspasar unos límites que los comisarios profesionales no suelen dar, quizás por la inercia institucional.

Si en la primera experiencia del año pasado el artista suizo Ugo Rondinone consiguió suscitar el interés mediante un conjunto bastante extraño, ahora, Jeremy Deller, bien conocido -incluso por el gran público: fue premio Turner-, sobre todo por sus prácticas colaborativas en las que intenta interactuar con el espectador, ha puesto en pie un conjunto de conjuntos que consigue con listeza de escapista desprenderse de cansinos resortes que obligan a circunscribirse al viejo término de «obra de arte».

Hay una imagen que, más allá del tópico, vale más que mil palabras. Una imagen que reúne todos los ingredientes con los que se ha cocinado esta exposición. Esa imagen es chocante y necesita ser leída en los términos en que el comisario-artista lo ha hecho. Por un lado, la sociología política. Por otro, la transformación operada en las revoluciones que en la segunda mitad del siglo XX bascularon hacia lo cultural. En esa imagen todavía en blanco y negro posa en primer término Adrian Street, una especie de luchador travesti fascinado por el glam rock, junto a su padre, un minero galés.

Lo sólido se desvanece

La instantánea está tomada en el ascensor de la mina, y, en ella, casi todos los presentes dirigen la mirada -y la luz de sus linternas- hacia el luchador con zapatos de plataforma y ropa brillante. Él, sin embargo, como estrella que es, mira en rotunda pose a la cámara. Hay, por otro lado, una simetría entre la postura corporal de padre e hijo: ellos son los protagonistas, que señalan el profundo cambio operado en sólo una generación. Lo que Jeremy Deller aprecia en esta imagen es precisamente el paso de una revolución a otra: de la industrial a la cultural. Es decir, el paso del capitalismo productivo a otro inmaterial en el que, como en la famosa frase de Marx, «todo lo sólido se desvanece en el aire».

De la mina al espectáculo en un solo paso generacional es lo que simboliza esta fotografía, un paso que, pese a lo chocante, parece del todo natural, sin demasiadas fricciones, cosa, por otro lado, irreal. De hecho, las disfunciones operadas entonces -y ante las que fue necesaria una importante lucha obrera y sindical en ese tránsito de modelo operado en la Gran Bretaña que va de los años 60 a los 80- conforman el doble traumático que se investiga en la última sección de la exposición y con la que se debería haber abierto la misma. Las movilizaciones y manifestaciones son también el eje ahora ya renovado de otro conjunto que tiene como protagonista las banderolas y pancartas elaboradas por el activista londinense Ed Hall a lo largo de los últimos 20 años. Un nuevo activismo a través del cual se puede ver otra historia reciente, no la oficial, tanto local como internacional.

Por eso, por ser la migración cultural la que ha provocado la mayor revolución en las últimas décadas, es la música como símbolo de la creación popular lo que privilegia el comisario como esencia de los cambios operados en lo personal y social, así como en la implantación de una nueva economía. Si hasta ahora la importancia del rock en el arte contemporáneo había sido objeto de estudio en algunas exposiciones -especialmente significativa fue la titulada, como la película de Godard sobre los Rolling Stones, Simpatía por el diablo, en el SFMoMA (2007)-, la aportación de esta muestra es redimensionar en su justo término y con mayor clarividencia la importancia capital de los movimientos musicales populares en los cambios operados en la segunda mitad del siglo XX.

Casos de estudio

Así, otras dos partes de la exposición se detienen en dos casos de estudio: los archivos del Golf Drouot como local donde se inició el rock en Francia -al que acudía con frecuencia Johnny Hallyday- y, el segundo, los también archivos del Centre Theremin de Moscú como experimentación utópica de música electrónica en la Rusia revolucionaria. La exposición tiene ciertamente una deriva hacia el archivo sin caer por ello en algunos de sus males. De hecho, se inicia con un gran trabajo de Deller, como todo en la exposición, colaborativo: su Folk Archive, que muestra la cultura popular británica en algunos de sus excesivos ejemplos que la alejan de su famoso carácter flemático. Entre divertido e hilarante, este archivo de costumbres señala otra cultura antropológica alejada de la hegemónica.

En el número de primavera de la revista francesa Multitudes se recogía que la próxima Documenta debería ser comisariada por un coche. Sin llegar a ese extremo crítico-paródico de Thierry Geoffroy/Colonel sobre la práctica curatorial de hoy en día, anteriormente, Jens Hoffman puso en marcha en colaboración con e-flux el proyecto La próxima Documenta debería ser comisariada por un artista. No pudo ser entonces, pero el Palais de Tokyo parece haber recogido con éxito el guante. Jeremy Deller, un artista con formación en Historia del Arte, pero, sobre todo, con inteligencia, ha realizado la que quizás sea la exposición más interesante del año. El cambio de roles funciona, al menos por ahora.

 
Juan Antonio Álvarez Reyes
http://salonkritik.com/
 

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