 MP&MP Rosado
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Entrevistarse con los hermanos
Rosado, Miguel y Manuel (San Fernando, Cádiz, 1971), es casi como
participar en un juego de ecos: delante de ellos se asiste siempre
entre fascinado y confuso a esa rara cualidad, frecuente en las parejas
de gemelos más unidos -y ellos lo están, hasta el punto de formar
pareja artística-, de que un pensamiento continuo y sin apenas fisuras
sea resultado de la actividad realizada en estricto paralelismo por dos
cabezas, dos sistemas nerviosos, dos mundos emocionales y sensitivos
por completo diferenciados. Están tan coordinados que en la
conversación ofrecen como resultado una «voz» única, sólo que nerviosa,
estroboscópica, ligeramente desdibujada en su perfil. Así, el diálogo
con ellos es una versión complicada, muy estimulante entre el tú a tú y
la discusión en grupo, pues sus opiniones aparecen centradas pero
duplicadas cada vez, únicas, aunque en continua autocorrección.
Este juicio dividido («eschizein
phren»: inteligencia disociada, esquizofrenia) ha sido determinante en
su caso; también largamente explotado por ellos mismos, en primer
lugar, y por su fortuna crítica a continuación, en la tópica que
durante los últimos años los sitúa como unos de los valores emergentes
más sólidos y con mejores perspectivas de futuro entre su generación.
Los MP Rosado aparecen de continuo en las colectivas y novedades
editoriales que repasan lo mejor del arte producido en nuestro país
durante la década en curso. Más que previsible, parece justo que así
sea después de visitar una exposición como la que ahora presentan en
Madrid. Supone un paso decisivo hacia su completa madurez, revelando,
además, que son capaces de trasladarse rápidamente a nuevos territorios
en función de inquietudes auténticas de exploración -y no mera
explotación- de su rentabilidad.
Sin grandilocuencias.
En Spleen, título de esta cita, que remite a la melancolía pensativa de
Baudelaire y los influjos de la bilis negra, los MP Rosado cristalizan
uno de sus proyectos mejor argumentados hasta la fecha. Para ello han
empezado por rebajar la grandilocuencia escenográfica a la que nos
tenían acostumbrados, situándola en un nivel mucho más acorde con el
espacio comercial de la galería -aquí mismo, hace dos años, fue algo
que les costó controlar-, optando por articular con enorme intuición
piezas escultóricas individuales en dos grupos, cada cual en una de las
salas. El resultado funciona como sendas instalaciones que, a su vez,
se complementan, ayudando a desplegar el poder alegórico de esta
metáfora continuada por reflejos, ecolalia, insistencia, rimas y ritmos.
Por otro lado, el tiempo empieza
ya a jugar a favor de una apuesta como la suya, cargada de acentos
teóricos y abundantes referencias literarias (ni disimuladas, ni
evidentes), que sólo con los años necesarios podría transformarse en un
corpus naturalizado y plausible. Por fin todos esos estratos se delatan
sin chirriar al aflorar a la superficie para configurarse como el
propio mensaje, no para matizarlo. De tal modo, el repertorio temático
y argumental acumulado, las ideas manejadas en sus series anteriores
sostienen hoy con más solidez el peso, o, si quiere, la densidad
creciente, de este discurso que se rige por una economía inteligente,
capaz de administrar su patrimonio sin cicatería (cada obra o serie
abunda en conceptos, citas, capas del sentido, investigaciones
técnicas), pero tampoco un abusivo derroche (que nunca resultan
irrefrenables).
Frente al esfuerzo titánico de
muchos compañeros suyos de promoción, ante la envidiable ligereza del
pensamiento de los MP Rosado, me viene a la cabeza aquello de Flaubert:
«Cuando no se puede levantar el Partenón se amontonan pirámides». En
efecto, si algo define el magnífico momento por el que pasan estos dos
hermanos es el de la decantación: cuando los estratos se ordenan para
ofrecer un compuesto más depurado y equilibrado.
Cuando todo se explica.
Pueden comprobarlo ustedes mismos pasándose por el número 39 de
Fortuny. Nada más entrar, van a tener la sensación de irrumpir en el
justo momento en que se explica todo, lo ocurrido y lo por venir.
Detendrán la metamorfosis de lo festivo en algo tétrico. Como en una
película de Tim Burton, la fiesta ha terminando, desembocando en un
inesperado, subyugante y cruel final dramático: los árboles se han
comido a los niños en plena merendola, y, donde había flores, sólo
queda un bosque calcinado, restos de ropa, alguna zapatilla; los globos
ruedan sin gracia por el suelo, y la casita de chocolate es ahora una
mazmorra llena de telarañas... La melancolía del título es ya la
antesala de lo siniestro. Nadie va a extrañarse porque uno de sus
resortes sea la repetición, el aspecto duplicado, gemelar no idéntico
de los seres y los enseres...
Por Óscar Alonso Molina
ABCD de las Artes y las Letras.
05 de abril de 2008 - número: 844