Arte español e internacionalismo. La exposición The Real Royal Trip.

The Real Royal Trip / Pilar Albarracín

La exposición de arte contemporáneo de mayor dimensión realizada hasta la fecha por el Ministerio de Asuntos Exteriores ha sido The Real Royal Trip (El real viaje real), inaugurada en el centro PS1, dependiente del MOMA (Museo de Arte Moderno), en la ciudad de Nueva York el 10 de octubre del 2003, dos días antes del día de la hispanidad. Financiada en su mayor parte por la Oficina de Relaciones Culturales y Científicas del Ministerio y también por la SEACEX, el coste total de la muestra se elevó a un millón de euros. Otros co-patrocinadores fueron el Gobierno de Castilla y León, la Fundación ICO, LG Electronics, el Gobierno de Andalucía e Iberia. Meses después, la exposición se presentó en el Museo Patio Herreriano de Valladolid. La muestra tuvo dos años de preparación.

El comisario de la exposición fue Harald Szeemann y los artistas seleccionados: Antoni Abad, Ana Laura Aláez, Pilar Albarracín, Tania Bruguera, Carles Congost, Justo Gallego, Carmela García, Cristina García Rodero, Alicia Martín, Enrique Marty, Mateo Maté, Priscilla Monge, Ernesto Neto, El Perro (Ramón Mateos, Iván López y Pablo España), Sergio Prego, Fernando Sánchez Castillo, Santiago Sierra, Néstor Torrens, Eulàlia Valldosera y Javier Velasco.

La exposición se enmarcó en un conjunto de actos oficiales en Nueva York, todos ellos patrocinados por el gobierno español: el mismo día de la inauguración de la muestra, se abrían también las puertas del nuevo Instituto Cervantes en la ciudad (con un coste de 21 millones de euros), y se presentaba el Coro de la Fundación Príncipe de Asturias en el Avery Fisher Hall del Lincoln Center. Todo ello con la presencia de altos cargos políticos nacionales, encabezados por el Príncipe de Asturias, quien además hizo entrega pública del Premio que lleva su nombre al cineasta Woody Allen y se invitaron a personalidades literarias norteamericanas, como Susan Sontag o Arthur Miller para que refrendaran con su imagen la nueva línea de actuación de Exteriores en los Estados Unidos.

Decimos “nueva línea de actuación” porque de eso se trata toda esta batería de frenéticas actividades. Ya hemos apuntado en otro capítulo que las nuevas tendencias estratégicas en la política exterior española pueden rastrearse perfectamente desde aproximadamente el mes de mayo del 2003, cuando José María Aznar dio apoyo explícito a la nueva política norteamericana en Oriente Medio (Israel e Irak), simbolizada en la gira que en aquellos días realizara por los EE.UU.. Según palabras del propio presidente español, la visita quería “cambiar la imagen que se tiene de España, porque está desfasada y no responde a la pujanza económica y social del país.” Como primer ejercicio de esa nueva voluntad de publicidad cultural, se había presentado en Washington la exposición Sepharad, sobre la cultura judía en España.

The Real Royal Trip, pues, se presenta en un momento en que se está redefiniendo el papel de la cultura en el coyuntural entramado de intereses del gobierno español a la luz de las nuevas doctrinas internacionales desatadas en los Estados Unidos. España acude a los Estados Unidos con argumentos culturales para refrendarse como relevo de las esencias europeas frente a otros países y, de paso, crear un escaparate comercial y turístico que engrase la vocación atlantista del gobierno de Aznar. Y es importante leerlo así. Aún con todo, esa lectura se quedaría a medio camino si no prestáramos también atención a una más larga tradición cultural española definida por la constante urgencia de internacionalizar los procesos creativos, situándolos al compás de lo que se consideran los principales referentes mundiales. Que sea Nueva York ese referente no nos debería sorprender en absoluto, pues ello también responde a una larga y larvada herencia de la derecha española a la hora de situar a los Estados Unidos como espejo legitimador frente a una Europa que, desde hace siglos, pero en especial desde el Franquismo, es vista en tonos amenazadores y “traidores”.

Esa continuada vocación internacionalista de la especulación creativa española, si bien durante el Franquismo adquirió ribetes enormemente complejos dado que los propios artistas veían en la “desnacionalización” de sus prácticas la solución más plausible para protegerse de las manipulaciones oficiales, ha encontrado, tanto en los primeros días de una recién estrenada democracia española, como en la actualidad plena cobertura y legitimación política. Los gobiernos del PSOE actuaron decididamente en ese sentido con la intención (ciertamente comprensible e incluso saludable) de ofrecer y promover una imagen del arte español que rompiera con los trasnochados y obtusos debates culturales ofertados por cuarenta años de Franquismo. El resultado, no obstante, quedó lejos de ser un éxito, a no ser por los reconocimientos personales conseguidos por algunos artistas de los años 80 muy cercanos al poder.

La política del PP, por su parte, se ejerce desde parámetros muy similares. Situar la creación española en “el centro del imperio y dónde se toman las verdaderas decisiones” responde a una imagen de la cultura, que lejos de verla como parte estructurante de las diversas comunidades locales, se percibe como arma al servicio de “la causa nacional” en el extranjero; como forma de ahuyentar el tradicional complejo de inferioridad español. Y todo ello, en el caso que ahora nos ocupa –la última legislatura del PP-, bañado en una vuelta a un lenguaje retórico, ampuloso, imperialista y barroco, en el que la idea de España se confunde con “lo español” y con la quimera de lo “universal”. En este sentido, impagables son algunas de las reflexiones que sobre The Real Royal Trip se produjeron en nuestro país, en especial en algunos medios de comunicación conservadores, sobre lo que fue considerado un ejemplo más del “milagro español” y de la “supremacía mundial de lo español”, todo ello envuelto en la más pura retórica falangista. Remitimos al lector a un artículo aparecido en el diario La Razón, titulado “España en el corazón del futuro”.

The Real Royal Trip supuso un paso más en la voluntad de ofrecer (y de ofrecernos) una imagen “acorde con los tiempos”, “a la altura de los tiempos”:

“[Nuestro objetivo] es que se tenga la impresión de que existe una creación contemporánea española que está a la altura de los tiempos”,

señalaba Miguel Ángel Cortés, con respecto a la política artística de Exteriores, y añadía:

“Los artistas que estaban allí estaban encantados, ¡poder estar en el MOMA!. Eran veinte artistas y el comisario, precisamente para que se viese que el arte español más contemporáneo estaba a la altura”.

Estar a la altura no puede interpretarse simplemente como un reto de calidad, sino como un esfuerzo de integración en el sistema que dictamina quién juega en Primera División y quién en Segunda. En el comunicado de prensa del Ministerio de Asuntos Exteriores referido a la exposición, se lee:

"El real viaje real tiene como rasgo común su sintonía con los discursos imperantes en el arte contemporáneo internacional”

y tampoco olvida el recurrente tópico en la lectura de lo “español”:

“y que une a los artistas españoles con los creadores de la Comunidad Iberoamericana de naciones".

La integración del arte español en los discursos globales de la creación es el principal argumento que el Ministerio proyecta, dentro de esa línea de larga duración, de legitimar oficialmente la producción solamente si ésta puede expresar, por un lado, el “natural” carácter universal del arte español, y por el otro, garantizar que España está “donde debe estar”. No de otra manera hay que entender la reflexión de Jesús Silva, Director General de Relaciones Culturales y Científicas del Ministerio de AAEE:

“Hicimos la exposición The Real Royal Trip como una forma de reivindicar también a los jóvenes, jovencísimos que están creando ahora, presentándolos en el PS1/MoMA de Nueva York; y por eso hemos llevado a Santiago Sierra al Pabellón de Venecia, porque creímos que en ese momento eso es lo que se estaba haciendo en el mundo” .

Sin duda, la flexibilidad y pragmatismo de un diplomático de carrera como Jesús Silva puede ayudarnos a comprender su mensaje cuando señala, a renglón seguido de subrayar la vocación universalista de la creación española, que “no somos un país que genere genios aislados sino que hay un contexto más amplio”, en un intento de no perder de vista, con algo de racionalidad, el hecho de que toda obra de arte parte de un contexto determinado, amén de tejerse después en el necesario espectro global de intereses.

Para comisariar la exposición en “sintonía con los discursos imperantes” se eligió a “un primer espada” –como lo definió Miguel Ángel Cortés -: el suizo Harald Szeemann, una de las estrellas rutilantes en el mercado global del arte, con un curriculum impresionante que incluye Documentas y Bienales de Venecia . Como es de esperar, no fue ninguna casualidad esa elección. Szeemann, con pasadas vinculaciones con Carmen Giménez cuando estaba al frente del Centro Nacional de Exposiciones y con una pasada muestra en el Reina Sofía, suponía el espaldarazo internacional necesario para llevar a buen puerto toda la operación. La opción por Szeemann vino de mano de Christian Dominguez , principal asesor de arte contemporáneo del Ministerio de Asuntos Exteriores, promovido al cargo directamente por Miguel Ángel Cortés y promocionado por el anterior responsable de la asesoría, José Guirao, también exdirector del Reina Sofía. Domínguez había sido asistente personal de Szeemann hacía algunos años , y además le unen lazos familiares con la galerista Juana de Aizpuru. Ésta, por su parte, se encontraba ya en aquellos días embarcada en la gestación de la Bienal de Sevilla (a celebrar en el 2005) cuyo comisario será el propio Szeemann. También es de señalar que en el simposio organizado con motivo de The Real Royal Trip, y titulado sintomáticamente La creatividad en España y Latinoamérica y el arte internacional contemporáneo, participaron por parte española, además de Miguel Ángel Cortés, del propio comisario y de Fernando Castro, la comisaria de la Casa de América, Margarita Aizpuru, hija de la galerista, quien había sustituido a Rafael Doctor en la entidad madrileña. El comisario, lógicamente, tuvo que defenderse de las también lógicas sospechas de confabulación de intereses:

“Tengo que manifestar claramente que en la exposición The Real Royal Trip había muchos artistas de su galería porque ella tiene buenos artistas.”

Escuchar o leer a Harald Szeemann reflexionar sobre esta exposición es un ejercicio enormemente interesante para comprender cuáles son los caminos actuales de la internacionalización global del mercado artístico. Es difícil encontrar un patiburrillo tan fenomenal de tópicos, banalidades, amnesias y desconocimientos, aunque, eso sí, todo envuelto en un eléctrico, irónico y jovial espíritu pretendidamente anarquista que, evidentemente, anonada a la vista de los juegos de poder que crea a su alrededor. Uno se puede imaginar que en las reuniones preparatorias de la exposición, Szeemann debió hacer las delicias de sus contertulios políticos, porque al fin y al cabo, estaban frente al perfecto comisario barroco: contradictorio, pasional, torero y rabiosamente individualista. Una especie de Luis González Robles actual y global: alguien que desata al arte de inútiles lastres contextuales o políticos de carácter colectivo, “propios del fracaso de las utopías”, algo en perfecta consonancia con las ideas expresadas por Pilar de Castillo, que hemos ido recogiendo a lo largo de esta investigación. Harald Szeemann era exactamente el hombre que necesitaban. El único musgo de verdad es el que crece bajo los pies de uno: porque en un yo desligado de pesadeces, las contradicciones se superan y el artista queda libre para decidir libremente sus ataduras, mediante lo que el comisario llama “encuentros”:

“Hay que vivir este tipo de aventura, de aproximación hedonista a la intuición. Esta es una forma individual de vivir tu vida. Uno debe vivir la vida basándose siempre en encuentros. Esto puede ser anacrónico, pero quizás lo anácronico es una aventura.”

En la nota de prensa del PS1 sobre la exposición, Szeemann manifestaba que la muestra se trataba de una “celebración del arte, del placer y de la aventura”. La apelación a la “aventura” por parte del comisario suizo no debería leerse solamente en clave individualista –como ejercicio turistizado del devenir creativo del artista-, ni tampoco únicamente en función de un neo-barroquismo de inspiración jesuita (la creación como “acordes” encontrados). No. Porque la exposición tiene un objetivo premeditado: hablar de la era moderna con el ojo puesto en la conquista de América y del mundo. La “aventura” también debe ser vista como un ejercicio de modernización de la empresa universal de Europa que nace con el Descubrimiento. Con el recurso a la aventura que hace Szeemann, éste pretende una exaltación romántica y heroica de la transnacionalización de la posmodernidad, de manera que el verdadero mensaje, mucho más arcaico, de la razón teleológica de Europa quede en un segundo plano, lo que a todas luces no consigue, porque sigue siendo el valor sustancial del discurso postmoderno.

Sigamos observando. Nada hay más perfecto para los impulsores políticos del proyecto que el título que Szeemann se saca de la manga: The Real Royal Trip. Éste hace referencia al cuarto y último viaje de Colón a América, ya oficialmente patrocinado por la Corona, por lo que fue llamado “el viaje real”. Oigamos a Miguel Ángel Cortés explicarnos el sentido último del título:

“De lo que se trataba era de presentar otro viaje que era también Royal en el sentido de que tenía una iniciativa pública (el estado) pero también era Real. Es un título que tiene mucho sentido en inglés pero no tiene traducción al español (ahí tuvimos un problema de traducción en la exposición de Valladolid, El real viaje real). Lo que presentaba este viaje era “lo real”, no sólo lo que había llegado en esa conexión, en esa primera incorporación, sino que se presentaba, a través de la creación artística, pictórica, escultórica, y sobre todo con mucho vídeo y fotografía, lo que era real; la realidad de la España de Cristina García Rodero, la realidad de la Cuba oprimida, de la falsedad de los eslóganes, de las manifestaciones. Eso no tenía nada que ver con el Barroco, pero en lo que no puede haber duda es que el momento de más altura que ha tenido España y por el que es inmediatamente reconocida es por el Siglo de Oro.”

Y del Siglo de Oro se llega a The Real Royal Trip, según se infiere de las palabras de Jesús Silva, dentro de un denonado ejercicio de leer lo español siempre en clave continuista, gracias precisamente a su competitiva vocación universal:

“Es decirles a los americanos de una forma muy talentosa y con mucho ingenio que el Barroco, Velázquez y Picasso tienen continuidad hoy en día; que aquí hay un cuarto viaje que es el de nuestros artistas jóvenes que pueden competir con todos los Chapman del mundo.”

También es del todo necesario atender las observaciones del comisario Szeemann respecto a las razones para un título así y respecto de las referencias que de él se derivan:

“Yo siempre digo respecto a este viaje que Colón llevó la sífilis, el catolicismo, el esclavismo y un montón de cosas malas, y yo llevo artistas. Por eso llamé a la exposición “real”. Intenté jugar con ello. Sí, claro, la gente pensaría que estaba trabajando para el Ministerio de Asuntos Exteriores. Pero yo hice la exposición porque pensé que era el momento correcto de hacerla con esta constelación de artistas, y al mismo tiempo me tomé una distancia porque me estaba yo mismo comparando a Cristobal Colón. Pero no llevando sífilis, sino artistas.”

Causa perplejidad el nulo grado de profundidad a la hora de justificar una muestra de estas características: “era el momento”, “antes se trajo la sífilis, ahora traemos artistas”, y “en un lado está Cristobal Colón, y en el otro yo”. ¿Eran los artistas invitados conscientes de este tipo de mensajes? ¿o seguía siendo más importante tener una exposición en Nueva York?

Para Szeemann, “los artistas españoles tienen mucho que aportar: por una parte, se integran plenamente en el escenario internacional, y por otra, muestran muy claramente sus raíces nacionales” . Sin embargo, ¿qué deberíamos entender por “raíces nacionales”? Aquellas cuyos códigos puedan ser interpretados sin necesidad de claves locales, de modo que se llega a una obra de arte que disocia las fuentes de las que bebe de las herramientas posibles para su comprensión. Cualquier otra vía conduce al fracaso localista. Dice Szeemann:

“Dado que el arte es individual, de alguna manera el artista adopta toda la responsabilidad y el riesgo de convertirse en una figura sólo local o regional o nacional.”

El artista se encuentra ante el dilema de fracasar localmente o triunfar globalmente, un planteamiento que va como anillo al dedo a una política ministerial basada en una nula voluntad y capacidad para armar una estructura cultural de base en el interior del país pero que en cambio hace grandes esfuerzos por publicitar las bondades de la cultura nacional en el extranjero. Es, por consiguiente, del todo lógico que el principal baremo para valorar las posibilidades de promoción de una práctica artística sea, sobre todo, su “calidad”. Argumenta Jesús Silva:

“Se trata de decir que evidentemente los artistas crean y se desarrollan en un contexto determinado, porque si un artista vive en Madrid y visita el Prado, pues es imposible que eso no le influya ¿no? Yo creo que hasta cierto punto es una cosa buena, aunque sólo sea para rechazarlo. Pero, desde luego, inspirarse en la excelencia es el mejor referente informativo de un artista.”

Leíamos líneas arriba cómo Silva apelaba a una determinada selección de artistas “porque creímos que en ese momento eso es lo que se estaba haciendo en el mundo”. También hemos visto que Szeemann “descubrió” que “era el momento correcto de hacer la exposición con esta constelación de artistas” e insiste:

“Se trataba realmente del momento. Si me hubieran pedido hace diez años hacer una exposición como esa, quizás no hubiera sido el momento, pero ahora creo que se ha alcanzado con estos artistas jóvenes […] He hecho un montón de exposiciones en España, conocía muchos de los artistas jóvenes pero no había sentido hasta ahora que también parte de esta última generación puede ser subversiva.”

De nuevo, ¿qué debemos entender por el “momento” a la vista de la selección de los artistas de la muestra? Los estilos entre ellos y ellas son muy dispares, los temas de las obras cubren espectros temáticos completamente distintos, las razones políticas, sociales, estéticas o formales de aquellas obras respondían a argumentos muy diversos, incluso antagónicos. Así pues, ¿a qué debemos atenernos cuando se apela al momento? Uno sospecha que ello no deja de ser, nuevamente, la clásica retórica de la cultura oficial española que considera que es la acción de la política cultural la que aglutina y visibiliza las prácticas artísticas, legitimándolas. Sólo que ahora la retórica se envuelve en eslóganes de marketing. El momento es creado por la gestión de la cultura no por las condiciones de producción de un determinado contexto, en este caso nacional. El “llegar a ser” de un momento sólo puede ser definido por figuras autorizadas como Szeemann y en lugares autorizantes como el MOMA de Nueva York.

Para Szeemann, el “llegar a ser del momento” tiene que ver con la capacidad de subversión. Subversión, ¿respecto a qué? El Ministerio de Asuntos Exteriores no tuvo ningún reparo en presentar a Santiago Sierra en la Bienal de Venecia del 2001, con un trabajo que intentaba visualizar las trampas de las legislaciones contra la inmigración, mientras en España se tiraba adelante la Ley de Extranjería, que condenaba a la ilegalidad a decenas de miles de trabajadores. Felipe Garín, presidente de la SEACEX, definía el arte contemporáneo presentado en los programas del Programa de Arte Español en el Exterior durante la segunda legislatura del PP, como de “la más provocadora y transgresora actualidad” , cuando de hecho el programa del PAEE ha sido una colección de artistas rancios y enormemente establecidos. De Bad Boys, una exposición de video presentada en el marco de la Bienal de Venecia del 2003, su comisario Agustín Pérez Rubio, conservador jefe del Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León (MUSAC), explicó que al recibir la propuesta del ministerio optó por una muestra audiovisual, "dada la contemporaneidad del formato para expresar en toda su complejidad la rebeldía de comportamiento político, sexual o social; su ironía, osadía y hasta travesura" en la obra de los artistas seleccionados. Travesuras, aventuras, subversión: una burda mistificación de una realidad mucho más conflictiva, de una historia mucho menos lineal, y de una crítica demasiado parasitaria del poder.

A pesar de todo, y en especial del Ministerio, no todo el mundo adivinó la revelación del “momento español”. Si pensáramos que la recepción de la exposición en Nueva York fue un éxito a tenor de los comentarios expresados por los responsables del MOMA, estaríamos muy equivocados. Que su director, Glenn Lowry, declarara sin demasiado entusiasmo que la exposición “mostraba la emergencia de España como un centro importante de arte contemporáneo” pudo quizás satisfacer al departamento de prensa de la SEACEX o a Miguel Ángel Cortés, pero no deja indiferente a observadores más objetivos. La exposición no tuvo apenas repercusión en los medios de comunicación norteamericanos. Mayor la tuvo en los medios españoles. A la pregunta acerca de ese escaso eco, Cortés respondió:

“Los medios de comunicación en Nueva York son libres de publicar lo que quieran. Yo estuve en la inauguración y sí había medios, pero no sé si salieron cosas en el New York Times o en algún otro sitio. Nuestra principal responsabilidad es que esto llegue a Nueva York, que sea con un comisario de primer nivel y el haber conseguido los patrocinios para que esto se pueda hacer.”

En realidad, Cortés señala la verdad. La exposición se hizo simplemente porque se consiguieron los patrocinios (eufemismo para declarar que el Ministerio cubrió la casi totalidad del presupuesto). Es muy dudoso que sin la total financiación española de la exposición, se hubiera podido convencer al PS1/MoMA de acoger una exposición de esta índole. Jesús Silva, del Ministerio de AAEE, reveló también que incluso a petición de otros museos nacionales (aparte del Patio Herreriano de Valladolid), el Ministerio no facilitó ninguna otra itinerancia de la exposición , lo que refuerza el estricto interés de sus organizadores en el lugar de la muestra (Nueva York) y no en la muestra en sí.

Por otro lado, la presencia del comisario estrella Harald Szeemann ablandó también el terreno neoyorquino. Dice Szeemann:

“Coincidió que desde hacía mucho tiempo querían [en el PS1] una exposición mia y por otro lado se dio el apoyo financiero del Ministerio [de Asuntos Exteriores español]”.

Sintomática es también la respuesta del comisario suizo a la pregunta sobre la falta de respuesta mediática de la exposición:

“No ví la prensa. Nueva York es muy chovinista, y hasta cierto punto Nueva York ya no es tan interesante […] Exposiciones europeas como ésa, concentradas, son percibidas como una intrusión en los Estados Unidos.”

Admitir que quizás Nueva York ya no sea tan interesante, nos puede indicar hasta un cierto punto que la apuesta ministerial por la ciudad norteamericana no se debía a un interés por establecer relaciones de calidad artística sino al deseo de hacer ondear la bandera nacional en el corazón del imperio, o lo que es lo mismo, recordando el titular de La Razón, en “el corazón del futuro”.

 


 

DESACUERDOS: Arte español e internacionalismo. La exposición The Real Royal Trip.

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