El paso de la luz de su azotea sevillana a su nueva residencia en el Aljarafe le ha permitido a Paco Cuadrado, figura imprescindible en la pintura de los últimos 50 años, dotar de contenido su última aventura creativa. Girasoles secos reúne un ramillete de pinturas que ahondan en la profunda relación que el artista ha establecido con la naturaleza más inmediata.
Tras sufrir las cárceles franquistas -pasó por Sevilla y Barcelona-, el realismo social de Cuadrado, esa pintura que había adoptado las formas del dolor y la miseria de los campesinos andaluces, la rabia obrera, la desesperanza del disidente, queda desfasado ante la nueva realidad del país.
Y es ahí, que un pintor total como Paco Cuadrado, maestro del dibujo, da un vuelco a su carrera y, no sólo no se queda atrapado en el tiempo que fue (recuerden aquello de "contra Franco vivíamos mejor"), sino que encuentra un nuevo sentido a su obra en una inédita y provechosa relación con la naturaleza, con sus olores, la singular topografía, los contrastes lumínicos, los rumores…
Es aquí, en los trabajos que Cuadrado está desarrollando desde la última década, donde se encuadra la exposición Girasoles secos, que estos días expone la galería Birimbao, continuadora de Ventana Abierta. "Tenía un campo a la espalda de mi casa, y la idea de los girasoles me perseguido desde hace tres años", explica, para añadir: "Ha sido un pretexto para indagar en la profundidad de mi pintura, y el resultado es una síntesis de todo lo que para mí representa el campo", un tema recurrente en toda su obra.
En estos cuadros se muestran unos campos sembrados en los que, por razones económicas, no se recoge la cosecha. Cuadrado, maestro del dibujo, usa la luz para despertar la materia aunque a veces parece que quiera prescindir de ella para conmovernos sólo con sus vibraciones. Los tallos se entrelazan, se rompen las hojas, se desvanecen los hierbajos, mientras algunos girasoles se transforman en vigías que otean el horizonte. Lo visible es un combinado de líneas que se esconden en un declinar de color insinuado.
Parece que Cuadrado ha sentido la tentación de conquistar el aire afirmando, casi inconscientemente, la materia, y eso ha quedado reflejado en los ocho óleos y cinco dibujos de la muestra. "Es un paso adelante dentro de mi figuración, hay mucha geometría dentro de cada cuadro, pero nada está planificado previamente. Ha sido un proceso de destilación, desde la pintura original del girasol hasta la progresiva eliminación del color, que limita la obra a los blancos y grises", afirma. "Hay pellizcos de mi primera etapa en esta exposición, sin necesidad de recurrir a las manos de los campesinos y a los surcos de las arrugas de sus rostros. Uno sigue siendo el mismo, la pintura es un viaje de ida y vuelta donde nada se abandona nunca parte nada de cero", apostilla.