El incomparable realista Antonio López

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Dos artistas españoles, Antonio López y Miquel Barceló, han expuesto estos días en Nueva York, con una respuesta positiva de la crítica. El primero clausuró el 26 de abril 1 una muestra -que el crítico de la revista Time calificó como la expresión del mejor pintor realista vivo- en la galería MarIborough, la misma que podrá verse a partir del 8 de mayo, en el local que esta firma posee en Londres. Barceló ha exhibido, hasta hoy su obra más reciente en las salas neoyorquinas de Leo Castelli. Dos colectivas de arte español abiertas en Londres y Oxford con motivo del reciente viaje de los Reyes al Reino Unido completan el panorama del viaje actual del arte español.

Hay algunos artistas cuya obra impone la aceptación casi al mismo tiempo de verla. Su seriedad se presenta a sí misma en su precisión, sobriedad y ausencia de una fluidez obvia; en una exigencia que podría ser modestia, pero que, de hecho, es el único tipo de vigor estético que tiene importancia y perdura; en un respeto por el poder visual de sorprender la mente, reflejado a través de un compromiso intenso con la tradición. En resumen, todo lo que es repudiado por la tiranía del neo.Uno de los pocos pintores vivos de quienes puede afirmarse esto es Antonio López García, cuyas pinturas, dibujos y esculturas se exhiben en este momento en la galería Marlborough, en la ciudad de Nueva York. A los 50 años, López está altamente conceptuado en su España natal y se ha convertido (con todo el peso de la frase) en una figura admirada entre los pintores jóvenes de Madrid. En Nueva York, cuya opinión sobre el arte europeo actual puede ser fastidiosamente provinciana, apenas se le conoce. La razón principal de este hecho -además de la dificultad que algunas personas tienen para juzgar la pintura figurativa seria y distinguirla de la ilustración común Y corriente- es que Antonio López trabaja con una lentitud fanática, de modo que su obra total es reducida. Sólo ha realizado nueve exposiciones individuales en su vida, y la última que se hizo en Nueva York fue en 1968. Es poco probable que pronto tengamos una mejor oportunidad de ver todas sus obras juntas.

La excelencia del arte de López es peculiar y difícil de describir en términos abstractos. Un buen punto de partida podría ser su pequeña naturaleza muerta de un conejo sobre un plato, del año 1972. Es sólo eso, y nada más: un conejo desollado para ser usado por un carnicero español, todo su cuerpo sobre un plato de vidrio con un borde festoneado; una mesa de cocina de pino pintada de color crema, con algunas rayaduras y manchas, y sectores de madera oscura que aparecen a través de la pintura; una franja de pared gris con sombras color malva.

La mesa ocupa dos tercios de la pintura, y la pared el resto, y el animal está acurrucado casi en el centro de la mesa. Estos ligeros desvíos de una regularidad absoluta le dan a la imagen aislada del centro sólo un toque de inestabilidad. La concepción es una de las más conocidas en la pintura española: la tradición del bodegón, o la naturaleza muerta en una cocina, el objeto aislado en contraste con un fondo plano, llevada a su máxima intensidad por Zurbarán y Sánchez Cotán a principios del siglo XVII. Los ecos de los bodegones continuaron en el arte español por cientos de años; aún pueden verse en las naturalezas muertas cubistas de Picasso. No obstante, el conejo desollado de López remite directamente a la fuente, al asumir una vívida memoria de las naturalezas muertas de Goya en toda su trayectoria.

Las tonalidades amarillas de la pintura, su luz alta, neutra y pareja, están teñidas de muerte. Uno capta, en forma subliminal al principio, el parecido entre el conejo desnudo en un charco de líquido rosa pálido sobre el plato y un feto encogido en su saco amniótico. Aunque de una manera más general, el tono rosado del conejo es el rosa de la desnudez humana, y López establece cada uno de sus detalles con un equilibrio perfecto entre la indiferencia y la angustia.

No escatima nada de lo que se pueda ver, ni siquiera las quemaduras escalofriantes sobre la carne (que, explica Antonio López, se disolvían y debía volver a afirmarlas docenas de veces durante los meses en que pintó el cuadro), o el ojo escarchado y glauco fijo en el vacío. Es una naturaleza muerta no en un sentido inglés, nature morte, "naturaleza muerta". En manos de un artista melodramático o vulgarmente humanista, el conejo habría sido un pretexto para la falsedad patética. En manos de López, su muerte es la suya propia y de nadie más; y su reconstrucción, respetada minuciosamente bajo el pincel, cada matiz de su carne contraída reconstituida por una nota, partícula o trazo de pintura que lleva su aguda vitalidad como un portento, le brinda a la observación de este único objeto inmóvil el poder de la narrativa.

El tiempo

El arte de López no trata solamente sobre la apariencia. Su tema esencial es el tiempo: cómo utilizarlo, cómo demorar su paso, cómo dar testimonio de un mundo fugitivo que cambia al mismo tiempo que se le observa. La visión impresionista -un motivo, o la aproximación de uno, visto y completado en unas horas- no es para Antonio López.

Sus pinturas surgen del análisis más paciente dentro del arte contemporáneo. La visión panorámica del Madrid comercial que constituye el centro de mesa de la exposición le llevó ocho años completarIo, desde 1974 hasta 1982. Silencioso y austero, sucio y gris de una manera casi palpable, muestra una gran extensión de la arquitectura insípida de muchos pisos del boom económico de Franco, con una dedicación a la verdad que supera la de Canaletto.

Crudeza silenciosa

Es un dibujante singular. Los dibujos a lápiz de López, tanto los pequeños como los más inmensos -Retrete (1970-1973) tiene 243 centímetros de altura-, exhiben un dominio sobre el medio único dentro del realismo del siglo XX. ¿Qué otro pintor ha logrado tanta sutileza de tono, semejante control de los detalles alucinantes dentro de lo corriente, semejante desdén por la confusión visual? En sus mejores representaciones, sus dibujos son una conjunción hipnotizante de opuestos.

Por un lado, la superficie paciente, frotada y vuelta a trabajar hasta lograr una fluorescencia suave, acentuadácon puntos oscuros de atención, perturbadoramente delicada y muy seductora para el ojo; por el otro, una especie de crudeza silenciosa, una persistente corriente subterránea de angustia en torno a la excelencia delante de nosotros. Es totalmente el lado anverso del arte académico y la antítesis de la ilustración.

Hasta el momento, la escultura de López (salvo una pareja asombrosa de figuras desnudas de un hombre y una mujer) no se iguala a la intensidad de su dibujo o pintura, tal vez porque en bronce las ilusiones pictóricas son demasiado literales y su misterio se desvanece. A menudo su obra parece una recapitulación de la escultura italiana del período quattrocentista, Desiderio da Settignano en particular. Sin embargo, no existe ninguna duda acerca de su capacidad sobre la superficie plana. Lo que vemos allí, en la mitad de su carrera y el máximo de su talento, es al más grande artista realista vivo.

Time 1986.

ROBERT HUGHES 03/05/1986

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