Jordi Teixidor y Gerardo Delgado, en Barcelona / CRÍTICA

Jordi Teixidor en torno a los años 90. Foto: Álvaro Palenzuela

Jordi Teixidor y Gerardo Delgado se hallan en estos momentos más cerca de la cuarentena que de la treintena. Ya no cumplirán, como se dice, los treinta y seis. Son, pues, pintores jóvenes, pero que están rondando algo así como el momento de su primera madurez, un momento adecuado para echar una ojeada a lo que ha sido esa difícil búsqueda, ese difícil equilibrio entre aprendizaje e innovación que es para un artista la formación de un estilo propio, al mismo tiempo que trata de encontrar una mínima estabilidad profesional que le permita continuar con decisión, una vez superados los momentos más difíciles en que su vocación es puesta a prueba.

Teixidor y Delgado, además de la edad, guardan entre sí otras afinidades y diferencias suficientes como para que se nos permita reunirlos aquí y de ese modo no hablar de algo tan aburrido como puede llegar a serlo el tema de la pintura-pintura.Varios son los puntos de contacto que encontramos en sus biografías profesionales. Formaron parte del zafarrancho aquel de la Nueva Generación de Aguirre. Ambos han mantenido y mantienen buenas relaciones con lo que, amablemente y para entendernos, podemos llamar santuario conquense. Su trayectoria estilística presenta, asimismo, diversas coincidencias, aunque Teixidor haya andado siempre un poco por delante en punto a inquietud formal. Sus inicios están marcados por lo que se dio en llamar, sin que tuviera mucho que ver con el sentido histórico del término, constructivismo, algunas de cuyas principales características podrían ser las siguientes: composición a partir de una geometría básica recreativa más que mínima, contenidos que hacían hincapié en un anecdotario del empirismo de la percepción que entroncaba con una serie de nociones a medio camino entre los rudimentos de semiótica y una idea de comunicación como recién salida de los gabinetes de psicología, con la consiguiente arrogancia científica que en algunos de los representantes de esta tendencia casi podría considerarse perversión; para la realización de las obras se preferían los materiales industriales a los tradicionales, etcétera. Se trata, en suma, de una austera, incluso beneficiosa, escuela de aprendizaje dominada por la idea de experimentación, la cual sólo muy parcialmente es sinónimo de vanguardia. En su sentido radical, de ningún modo. En su sentido más habitual, sólo hasta cierto punto. Experimentación quería decir, y podría seguir haciéndolo, culturalismo, información, afán de modernidad cosmopolita, poca relevancia del componente subjetivo en favor de un presunto campo objetivo en que moverse y al que hacer referencia como justificación, lo que contribuía a darle al trabajo un cierto aire programático, un poco al estilo de la investigación científica, del que los pintores que nos ocupan no han conseguido desembarazarse totalmente. A partir de ahí, la obra de ambos sufriría una evolución diversa para volver a encontrarse de nuevo ocupando su lugar en un mismo apartado historiográfico. 

Gerardo Delgado se mantiene ligado, y en cierto sentido es su cabeza de fila, a un grupo relativamente amplio de pintores sevillanos, apoyados, en la medida de sus posibilidades y de su loable empeño, por la galería de Juana de Aizpuru. Entre estos pintores sevillanos existe una indudable relación formal, a pesar de las distinciones entre maniqueas y casuísticas que algunos críticos se empeñan en establecer. Quiero señalar así un aspecto de la actividad de Delgado que no aparece en la de Teixidor: me refiero al afán entre didáctico y cohesionador, al papel de elemento aglutinador que desempeña.

Teixidor, trabajando en Valencia relativamente aislado, goza sin embargo de una mayor proyección. Ello es debido, entre otras cosas, al doble status del que se beneficia, ya que teniendo muy buen cartel de público y de critica en Madrid, se beneficia además de su calidad de catalán, en el sentido amplio y cultural de la palabra, que va más de Barcelona a Valencia que viceversa, y que se resume en la consigna de los países catalanes. Ello ha hecho posible que fuera incluido en numerosas ocasiones en las salidas informativas al extranjero que los catalanes organizan para dar a conocer su cultura.

Originalidad teórica

Ambos pintores tienen de común también un indudable interés y curiosidad por estar informados no sólo de lo que ocurre en su profesión, sino en otros campos de la cultura. Son pintores con una cultura considerable, máxime en relación con la tónica del medio profesional. Se trata de aspectos siempre positivos, en principio, pero que en algún momento pueden llegar a significar también un pesado lastre. Su actitud frente a la teorización de su propio quehacer es distinta. Teixidor es más cauto, sus escritos son más bien, escasos y poco teorizadores, prefiere la entrevista o el comentario de algún crítico avanzado. Delgado, por el contrario, es algo más beligerante, aunque en su afán de originalidad teórica resulte en ocasiones algo farragoso.

La mayor diferencia entre ambos reside tal vez en el distinto modo en que han desarrollado su carrera profesional. Teixidor ha demostrado en este punto mayor decisión y oportunidad y la fortuna le ha acompañado. La carrera de Delgado ha sido más intermitente, tal vez por el lastre que le ha supuesto su otra dedicación, la docencia en la E.T.S., de Arquitectura de Sevilla. No obstante, tras su éxito reciente en Madrid, se encuentra en muy buen momento.

Delgado ha escogido mal el momento de exponer en Barcelona. La comparación con Teixidor no le conviene, por ser inevitable. Aparte de que un poco más de calma en este momento no le hubiera perjudicado. El conjunto de la exposición es irregular, hay en sus cuadros un elemento azaroso que tal vez se deba a que no domina totalmente los recursos del oficio; contra esto, la perseverancia. Una cosa es la realización rápida y otra el apresuramiento, enemigo del arte. En cualquier caso, podría ser más selectivo. La inclusión de una serie de dibujos de indudable interés pero de concepto distinto al de las obras mayores, hace que éstas aparezcan menos sólidas, más transitorias. El último reparo que le pondría iría dirigido contra el planteamiento programático con que realiza su obra, ya que tanta rigidez resulta algo contradictoria con los que parecen aspectos más positivos de su obra actual. Si trabajara a más largo plazo, para la eternidad diríamos en broma, necesitaría menos programas.

Por lo que hace a la exposición de Teixidor, pienso que habría que ser con ella mucho más severo, ya que, por lo visto, corre el riesgo de dormirse en los laureles de una adulación fácil, no ha de conformarse con ser monarca tuerto en tierra de ciegos. Todos, esperábamos de él un paso decisivo, y lo que hace es, tal vez por culpa de la galería, volver la vista atrás cuando tomaba impulso.

EL PAIS / JAVIER RUBIO NAVARRO 05/07/1979

Deja una respuesta