Quince pintores marginales (1900-1948) · CRÍTICA

Fernando Huici March, en torno a 1984. Foto: Fundación Juan March. Añadido por webmaster
Como era de esperar, ha acabado por llegar la primavera. Todos los años lo mismo. Y con ella, la horchata y las exposiciones colectivas de rigor. Desengáñense, se trata de algo absolutamente inevitable. Sin embargo, no será frecuente que en tales ocasiones encontremos algo más que meras liquidaciones por final de temporada. El caso de Ponce nos depara alguna sorpresa muy de agradecer por lo poco acostumbrado en estas épocas. Con todo, el proyecto despierta en el que llega una cierta perplejidad. Catalogados como «marginales», uno viene a preguntarse por el criterio seguido. Porque sería preciso, ante ciertos partícipes, pensar de qué modo lo son y respecto a qué. O si no lo serían, acaso, todos entre sí. Pero dejando aparte la cuestión del título, la exposición, aunque desigual, está jalonada por verdaderos aciertos. Quede claro que aunque la primavera trae consigo los exámenes, uno no va a estas alturas a poner notas a tales señores. Hay aquí de todo. Tenemos, entre otros, a Ramón Gaya, a Gordillo, a Pacheco, a Fin, a Barjola, a Luis Fernando Aguirre, a Fermín Aguayo… El censo no carece de encantos y el espectador podrá encontrar entre ellos cosas de buen ver. Pero, a mi juicio, los dos mejores tantos que esta exposición ofrece se hallan en dos puntos tan poco dispares como son Maruja Mallo y Guillermo Pérez Villalta. Y, en ambos casos, la elección viene determinada, incluso más que por debilidades particulares hacia el autor, por la aparición de un cuadro especialmente afortunado. De Pérez Villalta se presenta un lienzo titulado Mujer que se contempla. En un interior de mansión sevillana, al que se filtra la luz exterior por medios de huecos que se abren al paisaje, que insinúan por sombras un patio, dos mujeres permanecen sentadas. Una de ellas se peina ante el espejo, la otra mantiene la mirada perdida. La visión resulta chocante, pues una profunda asimetría cuyo origen no nos es apreciable, rompe la supuesta placidez del tema. El clima es tenso, como en un preludio de tragedia y ligeras deformaciones de las figuras cargan las tintas en lo maligno. Creo que pocas veces Guillermo Pérez Villalta ha alcanzado cotas más altas en lo que le preocupa, en traducir el desgarro de una escena de costumbres, en construir un mundo hecho de cosas amables que no rehuyen ángulos sombríos. Si otras obras suyas exhibe a mayor virtuosismo, el que mira ésta no podrá sustraerse al malestar al que aquí se le obliga.Pero el verdadero regalo primaveral de esta muestra es, en mi modesta opinión, Elementos de deporte, que Maruja Mallo pintó en sus benditos años veinte. Carrusel delirante el de la modernidad de aquel entonces. Castizos, locomotoras, cocktails y, por supuesto, la práctica deI sport, eran fuente inagotable de embeleso. La vanguardia se aplicaba con frenesí a aquellos juegos del cuerpo que las maravillas de la técnica metamorfoseaban desde el esfuerzo físico a la gloriosa epopeya de la regla sin finalidad. El movimiento en el estadio, lo que allí se tejía, no valía sino por encerrar esa belleza «aggiornada» con que la postguerra europea quería revestir su renacer. Es, seguramente, el deporte (o el sport, insisto) uno de los tópicos más gozosos del batiburrillo vanguardista del momento. Y seguramente consigue, en este cuadro de Maruja Mallo, una de sus síntesis más delicadas, más perfectas. En resumen, un regalo para la vista de esos que en las guías aconsejan el desvío.

FERNANDO HUICI 08/06/1978

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