Juan Muñoz, Premio Nacional de Artes Plásticas de 2000

Juan Muñoz

La disposición y los conflictos de sus figuras con el espacio generan una suerte de teatralización que expresa el abandono del hombre contemporáneo.

Cuando se disponía a cenar el 28 de agosto en su casa de verano en Santa Eulalia (Ibiza), Juan Muñoz falleció súbitamente. Tenía 48 años, estaba casado con la escultora Cristina Iglesias y atravesaba uno de sus mejores momentos. En España, el último Premio Nacional de Artes Plásticas celebraba su obra y, en el extranjero, sus figuras llenaban desde el pasado 12 de junio (y hasta el 10 de marzo de 2002) la Tate Modern de Londres. En octubre se inauguró en Washington una retrospectiva en Estados Unidos con casi 60 obras realizadas entre los años 80 y su fallecimiento. Esta exposición viajará a Los Ángeles, Chicago y Houston.

La soledad del hombre en mitad de la muchedumbre, los difíciles contornos de la propia identidad, la frágil distancia entre normalidad y locura son algunas de las cuestiones que resuenan en las obras de Juan Muñoz (Madrid, 1953). La disposición y los conflictos de sus figuras con el espacio generan una suerte de teatralización que expresa el abandono del hombre contemporáneo.

Formado en el Central School of Art, de Londres, y en el Pratt Centre, de Nueva York, su primera exposición individual fue en 1984 en la galería Fernando Vijande de Madrid. En 1986 estuvo en la Bienal de Venecia. Un año después, en el CAPC Musée d'Art Contemporain, de Burdeos. Marga Paz le abrió las puertas de su galería en 1989.

Pero fue en 1995 cuando una gran exposición en el palacio Velázquez de Madrid refrendaba en su propia ciudad el valor de la trayectoria de Muñoz, que antes había triunfado ya en Chicago, Bristol, Londres, Barcelona o Dublín.

La muerte de Juan Muñoz se produjo por un aneurisma de esófago, la súbita dilatación y rotura de una arteria, que le provocó una gran hemorragia interna y desencandenó con rapidez un irreversible paro cardíaco. Ahora que Juan Muñoz se ha ido, quedan sus figuras y sus resonancias para confortarnos desde su drástica soledad.

JORDI ADRIÁ (29/09/2001) . EL PAÍS

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