Patricio Cabrera: «La gente me explica mis cuadros»

Patricio Cabrera. Foto: J.M.SERRANO

Ha vuelto a Sevillas tras seis años de residir en Almería, allá donde los guijarros de las playas han marcado sus cuadros, y los refleja con agua o sin agua, jugando a las tabas o simplemente en medio de un paisaje indefinido. Expone en la Galería Rafael Ortiz tras cuatro años sin hacer muestras en Sevilla, aunque sus obras han estado expuestas en varias muestras colectivas.

Patricio Cabrera tiene ese aire estudiadamente desaliñado de profesor de dibujo, que es lo que realmente es en su vida matutina en un Instituto de ESO, «donde los niños son iguales de cuando los dejé. En los ochenta pedí ocho años de excedencia. Me fui con el BUP y regresé con la ESO y los niños no habían cambiado, eran casi los mismos».

Dice que, pese a todo, sus alumnos tienen imaginación, «que a veces es bastante hortera, pero yo les dejo. También yo, en mis cuadros y durante una época, pinté cosas horteras para provocar. Hay quien pinta un escudo del Sevilla…, pero yo lo dejo, no siempre pintará un escudos y quizás alguna vez se atreva a algo más. Siempre sale algo bueno de alguien que lo intenta».

Volver al dibujo

Patricio Cabrera pasea por sus cuadros como un niño que descubre secretos. «A mí me pasa algo muy curioso con mis cuadros, que a veces son otras personas las que me los explican. El otro día, durante la inauguración Ignacio Tovar (pintor), estaba explicando uno de mis cuadros a otro amigo. Luego me dijeron a mí: «explícanoslo» y yo les dije que llamaran a Ignacio que él lo entendía mejor que yo», asegura sonriente.

Patricio Cabrera tiene una virtud: que le gusta dibujar. «Ahora he vuelto a descubrir el grafito. Mira éste papel, el trazo, y sobre todo que se ve, incluso hasta el mineral y sobre todo la calidad del dibujo». El pintor decidió volver al blanco y negro para olvidarse un poco del color, «lo que ocurrió es que cuando terminé con el blanco y negro volví de nuevo al color y aún más chirriante, como ese cuadro de tonos verdes fuertes y negros». Dice que los dibujos le organizan la cabeza, «te obliga volver a lo primero que aprendiste».

La muestra expuesta en Rafael Ortiz consta de veinte obras de las que cinco son telas, seis dibujos de gran formato y el resto dibujo de pequeño formato. «Llevo preparándo esta exposición desde junio. La verdad es que soy un pesado al iniciar la idea, me cuesta mucho, pero cuando tengo la idea empiezo a dibujar y cuando voy a hacer el cuadro, sea el formato que sea, sé perfectamente cómo va a quedar al final».

Sin pudor

Patricio Cabrera no tiene ningún tipo de pudor a que la gente comente su obra, bien al contrario. «Creo que mis cuadros son de lenta observación, y les sacas más cosas cuanto más lo miras. Es decir, mis cuadros te obligan a pararte delante. No son de esos que la gente pasa sin casi mirar. No. Y eso lo sé y me gusta».

Manos grandes, pies grandes, animales, son elementos casi permanente en su obra, «algo que surge de aquella exposición que hice que se llamaba «El caminante en el mapa», que saqué de aquel título de Italo Calvino, «Derivación del viandante», porque la movilidad es el futuro, no hay que tener fronteras».

En su reciente viaje a Marruecos el pasado verano, Patricio Cabrera se infló a comprar libros escolares, «como las antiguas cartillas que teníamos de chicos para aprender a leer». De esos dibujos y letras en árabe hay una buena muestra en la exposición «Ultimas obras» de la galería Rafael Ortiz, «como pequeñas travesuras o guiños al pasado con un nostálgica ternura».

Ahora, tras seis años de ausencia de su tierra de Sevilla, de Gines en concreto, ha regresado. Los motivos, entre personales y vivenciales, «tenía ganas de volver. Allí, en Almería, había acabado un ciclo. No tenía nada más que hacer».

Pero ya ha retornado otras veces, por ejemplo, de Nueva York, donde pasó unos años trabajando. «Entonces, al volver, me di cuenta de que había cambiado, de que mi obra estaba mudando, como ocurre en estos momentos. Lo que pasa es que cuando retornas es cuando pintas lo que tenías que haber pintado allí. Y eso me está ocurriendo en Sevilla».

Pinta de noche y de madrugada, y le gusta más, aunque resulte sorprendente, la luz artificial que la natural, por eso sus pinceles son noctámbulos. «Al final tus cuadros siempre tienen luz artificial, nunca natural, por eso yo veo mejor con la primera que con la segunda».

Escucha música de R.E.M., de Chabuca Granda e incluso música folklórica marroquí, «me traje discos como de la Pantoja marroquí, o de los Chichos de allí, algo muy popular, y me divierte».

Un día se llevó a una sorpresa cuando descubrió un cuadro suyo donde no se lo esperaba. «Fue una encerrona que me hizo una amiga de Madrid que trabaja en la torre Picasso. Me llamó para tomar café y allí estaba un cuadro mío enorme. Esas cosas me sorprenden, aunque a mí…, me sorprende todo, me gusta que aún me ocurra así».

Por MARTA CARRASCO

ABC / SEVILLA

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