Juan Lacomba (Pintor): «Sevilla, donde el tiempo es distinto, te bendice cuando ya eres muy viejo»

El pintor en su piso de Felipe II. Foto: NIEVES SANZ

 

Le gustan las logomaquias, y le echa a la vida un relajo notable. Es muy vital, se nota que respira cromatismo. Alto con la estatura de la generación del Cola-Cao, sus incisiones en la piel catatónica de Sevilla están relativizadas por su comprensión de lo decadente. Tiene por tanto un cierto aire de personaje mítico vencido que vuelve a Ítaca con lo puesto pero con un gran viaje a las espaldas.

-Los paisajes sevillanos de su infancia han quebrado, vencidos por el tiempo, salvo en su memoria, que es como decir en sus lienzos.

-Son paisajes que ya me pertenecen, y yo les pertenezco. Es un paisaje-sensación. Te basas en la experiencia. Lo que somos (no sabemos lo que somos) organiza eso de alguna manera; organiza un talante, una actitud, un carácter.

-Eso suena a Sevilla como una escuela artística.

-Sí, es una escuela y es un lugar donde el tiempo es distinto. Yo estoy haciendo ahora una ilustración para un libro que me han pedido sobre Sevilla. Admitiendo su punto irónico. porque en la autocrítica también está la virtud. Sevilla ha sido una ciudad muy autocrítica. Ahí está el flamenco, la gracia, la ironía, el deje, la guasa. Como todas las ciudades barrocas, tienen su Pacheco y su Valdés Leal; su oficialidad, su formalidad, el mundo de la curia, y el de los arrabales. Y así debe ser la sociedad. Yo resumiría Sevilla en unos cuantos lemas: Celosa gracia («Te abro mi casa pero no te se ocurra ir», «Te doy las cosas, pero no te creas que te las doy totalmente»), tiempo distinto, tierra excelente (como solar, como superficie fecunda o capricho de la Naturaleza). Siempre en los carteles la naranja, la flor, la mujer velada, el río… Siempre son temas fecundos, germinativos. Los símbolos utilizados en Sevilla siempre son germinativos: las jarras de azucenas… Todo en Sevilla acaba en un remate, como un cofre o un jarrón con flores. Las fachadas son siempre de abajo arriba, no como ese mundo francés de precisión estructural. Y nadie en su sitio.

Ciudad

-O sea, ¿una especie de carnaval permanente?

-No, pero sí hay muchos espejos. Es una ciudad poliédrica, laberíntica. Las primeras imágenes de Sevilla, vista por un extranjero, está abatida y es como un laberinto con una torre en el centro. Un poco lo del minotauro. ¿Cómo le explicas tú a un turista, alguien de fuera, cómo se llega desde la Giralda hasta la Macarena? Tendrás que acompañarlo. Yo hice un cartel de Feria donde aparece el laberinto.

-¿Ese laberinto va por dentro, como la procesión?

-Es que los sevillanos estamos laberintirizados. Por eso tenemos muchas caras. Eso es también una riqueza, lo que pasa es que se padece.

-¿Cuál es el castigo?

-Puede ser el laberinto mismo. El narcisismo, el hedonismo, la retórica. Perderse en cosas. Esa es la gran contradicción de Sevilla, esa frontera entre pasado y memoria, presente y futuro. La gente está perpleja y no sabe cómo reaccionar. Yo, de todas formas, estoy ya felizmente cauterizado. La cultura te da respuestas. Y la movilidad también.

-¿Qué heridas le ha provocado Sevilla?

-Sevilla te impide cosas. Su sociología no permite a veces un desarrollo de cierta personalidad. Es una ciudad caída, compleja, muy oficialista, que te pide pedigrí para todo. Es una ciudad que te bendice cuando ya eres muy viejo. Decía Cernuda «que me devuelvan a las alas del amor». Al final todos retornamos. Yo eso lo sabía. Y Machado con «ese cielo azul…» que le encontraron en el bolsillo cuando iba a morir a Colliure. Y la madre preguntando cuándo iban a llegar a Sevilla. «Ocnos» es un testamento para cualquier ciudadano. En una ciudad como Sevilla ese testamento es importantísimo. O el mismo Joaquín Romero Murube. Los sevillanos tenemos un estigma, que es ese pasado sensible. Estar en la vida con eso te reclama muchas nuevas actitudes. Hay sevillanos de primera y de segunda. De eso que no quepa duda. Hay gente que vive en inercias. La inercia sevillana es muy bonita. La inercia popular es una maravilla. Es muy sabia. Eso también te reconcilia con muchas cosas. Entrar en un bar y charlar con los limpiabotas. Que ya casi no hay. Ahora todo es parque temático. Hay gente que tiene un talante vital que son grandes señores de la calle, sin nada, que tienen sus territorios. Hay muchos mendas graciosos. Los mendas, los mendas…

-Acaba de citar a los parques temáticos. Hay un pulso tremendo entre Sevilla y sus parques temáticos, que son muchos. ¿Quién va ganando?

-Eso pregúnteselo a los responsables, que son los únicos que lo saben.

-Se ha hablado hasta la saciedad de la imagen sensitiva de Sevilla. Cada uno tiene su sentido favorito. En su caso, está claro cuál es el que le pone en comunicación con el mundo y probablemente consigo mismo. ¿Es distinto el que ve esta ciudad con los ojos que el que la ve con el oído, con el tacto, con el olfato o con el gusto?

-Ver es el sentido más global. Con ver se puede casi oler. Se puede tactar. La mirada es una lectura, una interpretación de dónde estoy, la primera orientación. En esta ciudad se ve, la gente sabe ver, la gente es muy mirona. Todo se mira; no se escribe ni se estudia. Es una ciudad muy voyeur. Opina antes de tener un criterio. Y no le importa meter la pata. Después se disculpa y no pasa nada. O la convivencia misma; como las calles son estrechas hay que verse. Y no pasa nada. Es una ciudad muy civilizada, calladamente civilizada. Tiene su gracia. Tienes que estar muy cauterizado. Yo no tengo un pesar por vivir aquí. He elegido vivir aquí. Es un sitio para vivir y para morir. Ya empiezan a florecer las cosas; están las yemas de los árboles, los botones de azahar a punto. Es una espera. La naturaleza aquí se espera; se conversa con ella. Las sensaciones son aquí muy potentes, y eso está muy bien. En Europa tienes un invierno de nueve meses, y no lo puedes pasar con un abrigo. Tienes que tener muchas más cosas. En Sevilla somos muchas cosas. Somos africanos, atlánticos, mediterráneos, nórdicos. La presencia inglesa que hay en Sevilla… Desde el XIX ha adoptado una serie de formas como heredera de ciudad romántica por excelencia. Es la ciudad romántica por excelencia.

-Para vivir, Sevilla…

-Con esa infancia que hemos tenido, ¿cómo vamos a romper eso? No te puedes romper. Yo he estado mucho tiempo fuera, en Madrid, en París. Viajo bastante. Y es curioso, cuando vuelves a Sevilla parece una ciudad de escayola, de tiza, frágil, como de barro blanqueado, y después con unos colorines encima. Ese aspecto de kashba, lo suntuario hecho con lo más pobre. Una ciudad de aluvión que de pronto es un capricho, una tarta enmedio de un meandro de un río.

 
Por ÁNGEL PÉREZ GUERRA/

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