Ferrán García Sevilla, la celebración de la pintura

Bol 7, 2005

Ya se sabe, Ferrán García Sevilla (Palma de Mallorca, 1949) fue uno de los artistas clave de la recuperación de la pintura en los años ochenta. Al margen de sus inicios conceptuales, cuando finalmente se centró en la pintura, el suyo era un arte de un particular frescor que sintonizaba con el momento.

 Se trataba de una pintura elemental, espontánea e instintiva, poblada de graffiti que remitían tanto a las culturas primitivas como a los referentes urbanos. Estaba también su personalidad: su gusto por la desfachatez, el regocijo en la provocación, la impertinencia… Y, por encima de todo, estaba la época. Para quienes no la vivimos y la hemos leído en las historias apresuradas y catálogos, se nos antoja una especie de fiesta –o un carnaval de pandereta, según se mire–. Fue cuando aparecieron los expresionismos a nivel internacional, Bonito Oliva, el estallido del mercado, la consolidación de la democracia… En este contexto, García Sevilla fue uno de los “magníficos”, uno de los artistas más promovidos institucionalmente: representó a España en la Bienal de Venecia (1986); en 1987 tuvo su primera retrospectiva en Nimes y fue seleccionado para la Documenta VIII; en el 89 se le dedicaron muestras institucionales en Barcelona, Madrid y Tokio… y su trayectoria sigue en los noventa.

En la actualidad, se vuelve hablar de una reactivación de la pintura. Pero la pregunta maliciosa que ahora corresponde es la de ¿cómo han evolucionado aquellos artistas –o mejor pintores– que acapararon la atención en los años ochenta? ¿Qué ha sido de ellos? ¿Cómo se mantienen? Los tiempos han cambiado, síntoma de lo cual son los medios de comunicación, su escasa presencia en ellos. Y sin embargo, estos artistas siguen en activo.

García Sevilla sigue su proceso, un proceso de búsqueda. Claro que esta búsqueda da resultados de muy diferente fortuna. Acaso se encuentre presionado por el éxito de los ochenta, puede también que el artista esté exprimiendo su inspiración hasta el límite. Recuerdo, por ejemplo, que en su anterior exposición, hace dos años en esta misma galería, alguien la calificó públicamente de “simple mal gusto”. Pero para mí no existe una especial diferencia entre el García Sevilla de hoy y el de ayer. Lo que pasa es que ahora el artista no está arropado por un contexto, digamos, un ambiente o tejido. Por eso resulta tan extraño, como si hablara en un lenguaje extranjero: se trata de una voz en solitario.

García Sevilla presenta una selección de piezas abstractas realizadas entre 2002 y 2005 en las que –a grandes rasgos– investiga, por un lado, el comportamiento de colores cálidos sobre fondo blanco o negro y, por otra, el procedimiento del goteo. Formalmente, esta pintura de “topitos” es una pintura festiva. Puede que sea una expresión simbólica del universo, puede que remita a un imaginario científico, puede que contenga todo el espíritu de Pollock o Kandinsky o que, por lo contrario, no la habite ningún contenido. ¿Quién lo podría decir? Pero para mí la pintura de García Sevilla representa el tiempo que pasa. Creo recordar que en una ocasión el artista dijo “yo no pinto cuadros, los cuadros me pintan a mí”. Es el tiempo –independiente al propio artista– el que construye o pinta sus cuadros.

VIDAL OLIVERAS, Jaume

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