Warhol no sólo hay uno (Pepe Cobo & Cía, Madrid).

Pepe Cobo & Cía

Sorprender con una exposición de Warhol no es que sea difícil, ya prácticamente resulta imposible, dado que él y su obra se han convertido en uno de esos reclamos seguros para llenar una programación al uso. Por supuesto, lo que luego llegamos a ver en una muestra de estas características sabemos que suele ser más de lo mismo sobre la vida y la obra del hombre que reclamó aquello de los quince minutos de gloria y alcanzó la eternidad. Un artista reclamo, incluso cuando se trata de altas citas internacionales. La última vez que hemos sabido de él ha sido en la reciente cumbre de mandatarios celebrada en su ciudad natal, Pittsburg (EE. UU.). Por supuesto, el Museo Warhol fue visita oficial obligada para las primeras damas. Huelga decir que él habría disfrutado, no por ese aspecto mundano con el que siempre se le confunde, sino porque ¿no me digan que aquí no se podía sacar punta a la situación y a los personajes? ¿A una foto oficial de damas puestas en serie? Pues eso. 

En el olvido. Volviendo a lo que estábamos, la última cita presentada por una institución española que realmente mereció la pena la organizó la Casa Encendida hace un par de años bajo el título de Warhol sobre Warhol, cuya comisaria fue Estrella de Diego. Otras, si las ha habido, ya casi ni se recuerdan. Caso raro resulta encontrar a Warhol en una galería, en una exposición de temporada. De nuevo, repito, siempre y cuando no se trate de ese mercado que mueve su obra en serie, sobre la que pueden circular muchas dudas de autenticidad. Sin embargo, Warhol es el rey de las grandes ferias de arte contemporáneo. Un valor seguro que campa a sus anchas desde hace muchos años por ArtBasel o por mercados de nuevo cuño, como el de Dubai, que busca atraer ese nuevo rico de la zona ansioso por no ser menos que el coleccionista de este lado del mapa y, por supuesto, con un warhol entre sus posesiones. Éste no es el lugar para discutir sobre el interés, valor o no, de la obra de estos artistas que se han convertido en una suerte de fondo de armario obligatorio, con Warhol a la cabeza, que circulan por doquier. 

Pepe Cobo & Cía

Pepe Cobo & Cía, en el espacio llamado Cambio de Aceite, ha decidido saltarse las dos premisas de este argumento. Primero, porque con la exposición que abre temporada nos ha traído a un Warhol distinto, prácticamente desconocido. Segundo, porque, aunque estemos hablando de una galería, no han venido a vender más de los mismo. Por ambos motivos habrá que felicitarse. Lo que reúne esta exposición es un conjunto de fotografías (bien se puntualiza, y no es una cuestión baladí en el caso de Warhol, de edición única), más de cincuenta y en blanco y negro, de retratos y paisajes realizados entre los años 1976 y 1987, el año de su muerte. Como su muerte fue inesperada, no podemos deducir de estas imágenes últimas ningún componente morboso-premonitorio-existencial. 

Un amplio repertorio. No señalaremos a estas alturas por qué se le conoce y se le reconoce a Warhol, aunque cada vez son más las caras que ofrece su moneda de cambio: el álbum de piezas que circulan en torno a su obra se hace más extenso y complejo. Sin embargo, cuando se contemplan en el ámbito de una gran muestra todas ellas van conformando un mosaico poliédrico. Tal fue el caso de la exposición antes citada de Warhol sobre Warhol. Allí pudimos ver al artista retratado una y mil veces con una cámara entre las manos, e incluso algunas imágenes que pertenecen a esta serie que ahora se expone (si es que podemos llamarla serie, dado que el conjunto no tiene deseo de integridad). Al menos están fechadas en esa misma década (1976-87) y responden al mismo corte de rincón escondido de una ciudad, de una calle (curiosamente, una de ellas es de Toledo). 

En Pepe Cob & Cía esa visión-mosaico hecha con muchas piezas para montar el puzle de Warhol se desbarata porque, al final, lo que vamos a contemplar son solo estas fotos. Cincuenta y tantas, una detrás de otra. El Warhol al uso desaparece. También el que se va construyendo y reconstruyendo en los últimos años en un enjambre conceptual gracias a esas visiones más poliédricas. Por ello parece que hemos descubierto a otro Warhol. Que no hay un solo Warhol o que en Warhol hay muchos. Quizás todos confluyan en un mismo punto. Así son los rompecabezas. La secuencia en blanco y negro nos acerca a un artista obsesionado con captar los rincones más dispares de ciudades como Nueva York, París o Londres. 

Jugar al despiste. La localización es lo de menos (se puede jugar al acierto o al despiste total), lo que se delata de veras es un fetichismo, una práctica de taxidermista, por congelar detalles casi inanimados en su esencia. Su propia figura, que la conocemos desde todos los ángulos, se corresponde con una especie de frío maniquí, autómata impertérrito. Estas fotos son otra manera de autorretratarse. 

Dicen bien, y así se refleja en la hoja explicativa, que nos encontramos ante un Andy Warhol que anticipa los trabajos recientes de artistas contemporáneas tan consagradas como Martha Rosler y Zoe Leonard (de quien hace poco vimos una exposición en el Museo Reina Sofía).

 
Laura Revuelta
4 de octubre de 2009
 
ABCDe las Artes y de las Letras
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