Anotaciones (III). Guillermo Pérez Villalta

GUILLERMO PEREZ VILLALTA. PINTURAS 2005-2008. GALERÍA SOLEDAD LORENZO. MADRID

Belleza… un silencio luminoso cuando pensamos en ella; tan difícil de definir, con sus perfiles difusos pero tan claro y brillante su núcleo. Como un sol alrededor del cual giramos…

               Bello es aquello que nos produce placer, dijo San Agustín. Belleza y Placer están íntimamente unidos, como el manantial y el agua. Nos atrae y necesitamos saciar allí nuestra permanente sed. La vida es dirigida por ellos. Desde el más pequeño protozoo, que dirige su movimiento hacia el lugar donde los encuentra. De hecho, no parece que la vida tenga otra razón de ser que la de buscar placer y reproducirlo. Todo ese mundo tan ajeno a lo material parece que, una vez salvada la supervivencia, no tenga otro fin último que su búsqueda. La consciencia, que tanto nos separa de los demás seres vivos, no hace otra cosa que preguntarse por qué. Pero sé, cuando me invade y me inunda, que la vida tiene sentido: comprendo el universo y todo está pleno. Por eso deseo la Belleza; por eso la busco denodadamente; por eso amo el Arte y, también, por eso lo realizo.
               No entiendo esa palmaria, asombrosa ausencia de discurso en torno a la Belleza en nuestro presente. Parece casi que resulta de mal tono hablar de ella, como si de algo pecaminoso se tratara, dando cierto rubor reconocer hoy día su innegable poder de atracción. ¡Si justo el Arte deja de tener sentido cuando la Belleza y, consecuentemente, el placer desaparecen! Cuando se apaga la Belleza, el Arte no es más que un objeto con el que tropezamos… Quizá todo se deba, una vez más, a ese perpetuo temor de hablar de lo subjetivo, de aquello que no podemos definir de modo científico, objetivo, preciso. Sin embargo, vivimos en la subjetividad del yo. No somos otra cosa más que individuos; pero esa soledad da miedo. Por eso queremos compartir esa Belleza, y el placer; por eso se hace el Arte.

La búsqueda de la Belleza es una aventura individual que se dirige a los más intrincados lugares; resulta casi siempre apasionada, y aún puede llegar a ser peligrosa. Sólo cuando reunimos los objetos de nuestra exploración y los mostramos podemos establecer una complacencia entre los individuos que compartimos esos llamado “gusto”. Tal participación colectiva resulta grata, siempre que el gozo subjetivo sea verdadero. La mayoría de las veces ese gusto coincidente suele generar unas normas que se cumplen sin más: son los conceptos estereotipados de la Belleza que, aunque sean auténticos, empiezan a crear con el tiempo un manto de polvo sobre aquello que parecía prístino al principio. Entonces nace la necesidad de buscar nuevos lugares de Belleza. Como esta búsqueda es necesariamente subjetiva, es desde mi propio yo desde el único lugar que puedo conocer para hablar de ello.
               La realidad parece darnos muchas posibilidades al respecto: la enseñanza de la Naturaleza, la Belleza de lo cotidiano, los objetos ricos y suntuosos, etcétera. El problema nace cuando tratamos de captarlo, pues entonces aparece el lenguaje del Arte; es aquí justamente hacia donde, desde hace ya muchos años, dirijo mi particular exploración. Para mí, mi realidad es el Arte: tierra de inagotables exploraciones. Cierto es que semejante búsqueda nace de mis apetencias, pues busco lo que no encuentro en mi entorno pero que me gustaría apreciar.
               El concepto darwiniano del Arte, nacido de la historiografía del XIX, nos hace creer en algún tipo de evolución artística que, en buen número de casos, no cumple esas reglas. El concepto “arte del pasado”, por ejemplo, es más bien el de estancias que pueden ser visitadas, siempre según nuestros deseos. No hay que olvidar que el Arte se hace para perdurar, para que quede, no es algo que uno realice pensando en que se esfume con el paso del tiempo. Esa concepción efímera del Arte es propia de la amnesia del presente, nacida a su vez del culto a lo instantáneo. Ni siquiera esas visitas que comento tienen que ver con el concepto de revival: no se trata de resucitar nada, sino de gozar a como lo haces cuando visitas un buen museo, determinados lugares de tu gusto, o contemplas libros que te llenan. Sólo hay que mirar cosas como el estilo Neo-Gótico o el Neo-Bizantino para comprobar que son algo perteneciente al tiempo en que se hicieron ambos, y por mucho que disimulen no a los lejanos tiempos que aluden. Ni el más arqueológico revival es algo más que Arte de su presente, y conlleva implícitos todos los tics del momento que lo vio nacer.
               Mis gustos y apetencias siempre han ido un poco a contrapelo. Necesito ser maravillado, quedarme extático ante la contemplación de lo hermoso. Generalmente la insistencia en ciertas cosas bellas las convierte en lugares comunes que a la larga les restan brillo. Por eso suelo dirigir mi mirada hacia donde no se dirigen la mayoría de los ojos. Por ejemplo, mi interés por las Artes ornamentales se acentuó en gran medida cuando, en museos y palacios, en vez de mirar los cuadros allí expuestos me con entraba en las paredes que los sostenían. Quizá los grutescos, por poner otro ejemplo, puedan parecer a la mayoría de los aficionados al arte fruslería, pero les puedo asegurar, a tenor de lo que me divierten, que no lo son, ¡en absoluto!
               Lo “raro” es algo que de siempre ha atraído mi atención, mi interés. Esa duda sobre si algo me gusta-no me gusta, pero que desde luego se sale de lo corriente, ha guiado muchas veces mi búsqueda por los lugares más recónditos. Es difícil manejarse en semejante juego de “lo raro”, pues para que una cosa sea interesantemente rara no lo debe ser nunca en demasía, pues enseguida se torna estrambótica, que es otra categoría más estridente y discutible. Lo raro ha de sazonar las cosas, no ser el ingrediente principal, pues la extrañeza resta placer.
               Al compás de lo raro viene lo exótico, que vendría a ser creado especialmente por la imaginación de lo lejano y desconocido, más que su constatación. Lo exótico tiene que ser imaginado –inventado casi– para tener efectividad. Cualquier antropología o documentación le restaría eficacia. Incluso lo falsamente exótico, esa invención de lo desconocido, será más interesante.
               Durante los últimos años, la chinoiserie de finales del XVIII o el japonesismo de XIX han sido lugares que he visitado, investigado y disfrutado mucho recientemente. Por suerte o desgracia vivo en un país exótico. Desde el siglo XVIII hemos sido vistos como lo más a mano que tenía Occidente para adentrarse en la rareza del Oriente; y aún somos tratados de modo semejante, en buena medida. La suerte que tengo estriba en la posibilidad de gustar, disfrutar de ciertas cosas.
               Como nuestra época tiene pocas posibilidades de exotismo, convertido ya sistemáticamente en representación turística o parque temático, sólo nos queda esa última posibilidad del exotismo imaginado, intercalado de lugares remotos que pertenecen al mundo de lo imaginario.
               Les pongo otro ejemplo: contemplando ciertas pinturas europeas de finales del siglo XIX que recreaban ambientes japoneses, había una cuestión que me producía gran extrañeza, y no especialmente atractiva: la visión realista, tan metida en la médula de ese momento hasta el punto de que no podía ser de otro modo, era consustancial a su idea de representación, al espíritu de la época que las creó. Si se hubiesen hecho más desde lo imaginario, seguramente el resultado hubiese resultado mejor, más convincente… ¿o quizá sólo para nuestros ojos?, ¿o quizá sólo para los míos?
               Es lo imaginario, lo nacido de la invención, lo que más me ha interesado desde siempre en relación a las cuestiones representativas. Por otro lado, nunca me ha preocupado el realismo de manera especial; incluso su aparición en el Arte me ha parecido a menudo poco atractiva, y su omnipotencia en el presente me resulta aburrida. La capacidad de la mente humana para inventar me parece una de esas cualidades interesantes imprescindibles, y sin duda una de las principales fuentes para el Arte. Puede hallar experiencia en ese estado tan específico del duermevela, o quizá en los propiciados por algún psicotrópico, cuando aparecen en la mente imágenes muy nítidas de cosas dispares, aparentemente por azar, en concatenación continua –caleidoscópicas, las llaman–, pero imaginadas por completo. Alguna vez me he planteado, incluso, si quizá el cerebro las esté produciendo de continuo, y sólo en el reposo o la ausencia de información exterior las traiga a la consciencia… Quién sabe. Pero esa capacidad de inventar, cogiendo material de no sé qué archivos de la memoria, es algo que me interesa mucho y que cultivo en pos de la búsqueda de la Belleza.
               La invención me permite hacer las cosas según mis deseos y apetencias: como imaginar paisajes que sólo están en nuestros pensamientos; o flores que no existen y animales que son vegetales pero, a su vez, se transforman en jarrones, candelabros…; encuentros fantásticos y maravillosos, únicos, que no pueden producirse en efecto; edificios que no podrían realizarse jamás…

Así como en principio todo este mundo que comento parece poco propicio a lo razonado, hay otro que lo es desde el principio, pero que nos lleva a lugares totalmente imaginarios: la geometría. Cualquiera que se adentre en ella con seriedad, en profundidad, sabrá de lo que hablo.
               Siempre me acuerdo de aquella fenomenal anécdota que cuenta Vasari sobre Ucello en sus Vidas…, cuando la mujer de éste lo apremiaba llegada la noche para ir a la cama y él exclamaba, “¡Oh, qué dulce cosa es la geometría.” Las buenas formas, la visión ordenada, los ritmos, simetrías y correspondencias…
               Hoy, si hablas de formalismo piensan que estás fuera de onda, cuanto menos. No sólo se elude tratar temas como forma, composición, geometría interna y demás cuestiones relacionadas, sino que cualquier análisis en este sentido no tiene ninguna audiencia, y sí mucho menosprecio de antemano, mucho prejuicio. Antes era habitual que cualquier pintura fuera meditaba y planeada, y al tratar de hacer una buena obra, la composición, eso que yo llamo “la cosa” en otros textos, era parte fundamental, la idea en sí: dónde colocar las cosas, qué formas van a tener éstas, qué colores, en qué armonía o contraste, por dónde han de pasar las líneas, cómo circulará la mirada entre ellas, cuáles son las escalas de tamaño, con qué ritmo se repiten las siluetas, las gamas cromáticas, y así un largo etcétera.
               Gran parte del aburrimiento que me producen muchas obras contemporáneas deriva de la ausencia de tales conocimientos formales, de esa ausencia de composición. Si la excitación y diversión que me produce la formalización de una obra no está en ella misma, pues me temo que naturalmente me acabará pareciendo sosa.
               Las ideas instantáneas para una visión, para una mirada instantánea, no admiten otra composición que la centrada en un punto del cual el ojo no se aparta y, por tanto, no “discurre” sobre la obra, en todas sus acepciones. La geometría será a su vez centrada, fija, como en el minimalismo. Una geometría compleja, creativa, de redes que cubren el espacio permitiendo la libertad creativa pero, al mismo tiempo, ordenada, no se practica en este mundo de la inmediatez y lo unidireccional. Hay un símil al cual me gusta recurrir en este caso, que es el del Arte del toreo: la creatividad geométrica es un poco como los pases del torero sobre la superficie de la plaza: bellos movimientos al borde de peligrosos filos.
               La invención de formas ha sido una de mis tareas en busca de la Belleza. Para ello he prescindido de ataduras que impidieran la libertad de imaginar, pero manteniendo los ritmos geométricos, las estructuras que le daban empaque y que, de algún modo, también estaban creadas por mí.
               Las ataduras realistas, en un sentido más amplio que suele darse al término, impiden el florecimiento de las formas, su proliferación ubérrima, su sobreabundancia, y al final, su simple riqueza. El tema del cuerpo humano, por ejemplo, despojado de este corsé se convierte en un mundo de posibilidades inventivas increíble, ¡y no digamos ya el paisaje! Tal efervescencia de la imaginación ha hecho mantener viva la llama de la creatividad, y sobre todo mi pasión por el Arte.

¿Podríamos hablar de “Arte por el Arte”? En esta época, donde lo que se presenta como artístico está relleno hasta los topes de tópicos repetitivos, lo más probable es que el Arte por el Arte sea entendido simple y pobremente como Arte sin contenido, alienado y… reaccionario. Es el ritornello que suelen esgrimir aquellos cuya sensibilidad solo da para el melodrama o la carnaza, queriendo aparecer al final, encima, como abanderados del progresismo. Desde luego, el amante de la Belleza y el Arte “puros” no es otra cosa que un reaccionario, a lo sumo un decadente, apelativos con los que hoy se tilda al Arte por el Arte. En fin…
               El ser humano consciente inventó el Arte como una cura, una endorfina para la vida que la hiciera más llevadera y hermosa a la vez. Quizá las épocas más intensas, donde se cuecen más ideas y conceptos, son las de crisis; los finales de etapa están a la orden del día al respecto, pues necesitan mayor cantidad de estas sustancias estimulantes. Se piensa en el final del siglo XVIII como una época que produjo un Arte decadente, cuando esos artistas y esos pensadores eran también los de la Ilustración y la Enciclopedia. Y algo similar en aquel final del XIX, donde se acuñó el concepto de Arte por el Arte, con nombres como Mallarmé, Morris, Debussy, Whistler, Beardsley, Klimt, entre otros tantos; creadores todos de la verdadera modernidad. Es en el Arte por el Arte donde el pensamiento ve más allá y no se enreda en bizantinismos ideológicos.
               También me resulta llamativo ese recurso, frecuente en aquellos momentos, de mirar hacia Oriente, hacia China y Japón muy especialmente, que podría ser una tierra de escapada, pero también supuso una fuente de limpieza del Arte.
               Pero costará todavía tiempo de hablar con seriedad y sin prejuicios del Arte por el Arte, pues aquellos abanderados de un sedicente progresismo que digo, están bien al amparo de las ubres alimentadoras del poder y sus instituciones; es más, ahora no sólo a su cobijo, sino instalados en su propio seno. No hay cosa peor para el Arte, y también para la sociedad humana, que las ideologías. Esas portadoras de la Verdad, donde las otras ideologías-verdades son siempre lo falso a combatir, a extinguir. En general parecen ocuparse de asuntos que nos incumben y realmente nos preocupan, pero el ámbito del Arte, que es totalmente ajeno a verdades excluyentes, no es el más adecuado para su despliegue. Lo estropean radicalmente incluso, diría yo. El artista lleva siglos queriendo despojase de ideologías impuestas. Llegar a una madonna de Rafael en medio de tanto santo de devoción supone un gran esfuerzo y una sorprendente dosis de equilibrio. Por tanto, me parece estúpida esa entrega a las ideologías después de tan ardua y lenta lucha en pos de la libertad del Arte. Pienso que todo ese “arte concienciado” y con miras sociales, político y según sus practicantes y creyentes, “comprometido”, que nos ha tocado vivir, es el auténtico kistch del presente. Esa cursilería de O.N.G. que recrea en nuestros días aquellas estampitas victorianas, sólo que con estética post-punk. Entre esto, los gustos escatológicos, las poses de duro, las caras de violencia como para asustar y lo cool distanciado y aséptico, frente a todo esto, repito, la cursilería a la antigua me parece realmente provocadora, mucho más vívida y divertida, a la postre más eficaz: ya nada más impactante y revulsivo hoy día que unos cisnes nadando a la luz de la luna.

Si hay una característica que defina mejor que ninguna otra el mundo presente, ésta sería el exceso. Nunca ha habido más de todo: más gente, más productos, más Arte, artistas y museos, arquitectura, libros e información… Llega a torrentes y continuamente. Sin posibilidad de asimilación real y, sobre todo, de someterse a una mínima reflexión. Todo se convierte en una mousse o puré, donde lo bueno, lo malo, lo interesante y lo banal llegan en el mismo instante y sin pausa, indiscernibles. Las noticias, el conocimiento sobre el acontecer, se convierte en mera información prêt-à-porter que deja de tener el más mínimo interés al poco de llegar, pues otras nuevas oleadas la habrán sustituido por completo casi de forma simultánea.
               El Arte del presente es consecuencia de ese exceso. Los museos ya no albergan obras para conservarlas, verlas o favorecer la meditación sobre su naturaleza. Son escaparates de lo actual: “¡Vengan a ver el último grito!” Las bienales parecen ferias, las ferias bienales. Lo importante es que las cosas se vean mucho: grandes, aparatosas, caras y, sobre todo, con mucho, mucho público. ¡Por fin un Arte popular! Si no hay colas a la puerta de una exposición, feria o bienal es que no tiene éxito, y éste sólo se mide por las grandes cifras, por la repercusión en los medios.
               “Arte instantáneo”: chiste u ocurrencia, fácilmente entendible por todos. Y después… el rápido olvido, el Alzheimer del Arte. Sólo existe ese presente que continuamente cambia: cuando las noticias no son frescas no tienen el mínimo interés y se “caen”, como dice el argot periodístico.
               Semejante neblina del pasado es el caldo donde los intereses de los historiadores que nos cuentan el presente sacan partido de aquello que les interesa. El pasado se rescribe continuamente, pero de acuerdo con lo que nos quieren mostrar como “lo más” del presente. Así, artistas que nada fueron y nada hicieron se dan a conocer hoy como antecesores, profetas de este rutilante tiempo que nos toca vivir. A su vez, cuidadosamente se prepara el “olvido” de cuanto no interesa que sea conocido…, no vaya a contaminarnos ahora de algo…
               Semejante sectarismo tan descarado, hacia el presente como hacia el pasado, hace que se tenga una idea en exceso parcial, sesgada y distorsionada de lo que sea el Arte. El Arte de hoy es mucho más que el que se nos ofrece en bienales y ferias, o a través de esas publicaciones periódicas donde sólo aparecen los artistas del momento. Esas listas, con sus hit parade musicales, sólo nombran y radian a los que están, no necesariamente a los que son… pero el resto no existe para casi nadie. El Arte producido en el siglo XX fue más amplio, diverso, paradójico y matizado que lo que nos cuentan las Historias del Arte desde hace décadas, y la necesaria reflexión sobre lo verdaderamente ocurrido en los últimos cuarenta o cincuenta años no se ha producido aún -¿se hará ya algún día?-, pues lo que en este sentido se ha analizado lo ha sido siempre desde el punto de vista de la Academia Moderna. Ha sido ésta la que se ha arrogado el poder de decidir quiénes y quiénes no entran en su nómina de escogidos, tan autoritaria y rígida, junto al poder de los museos, salas de exposiciones y medios de información.
               Mientras, los que amamos el Arte, todo el Arte, tenemos que entregarnos a verdaderas labores de búsqueda si queremos llegar a encontrarnos cara a cara con aquello que te gusta e interesa, pero que por cualquier razón ha quedado excluido de los listados canónicos.

Todo exceso produce empacho, y el empacho hastío y aburrimiento. No puedo dejar de pensar en la sensación que me produce la Ópera de París cada vez que me planto frente a ella y la contemplo: ¡entiendo tan, tan bien la limpieza de la modernidad!
               El aburrimiento es uno de los escollos más frecuentes al navegar en pos de la Belleza. Pero es también lo que a menudo te hace buscar otros mares más amenos y distintos, pensar en otros términos, mirar en más direcciones que la siempre previsible…
                El Panópitco sería el personaje en quien deberíamos pensar, con el objetivo de dejar de ser ese Polifemo monofocal y de un solo ojo. La Belleza es múltiple. Puede ser entretenida, divertida o chispeante incluso. Que agudice nuestro magín, poniendo en el rostro que la contempla una sonrisa cómplice. En paralelo, puede ser serena, sosegadora de nuestro espíritu con un equilibrio luminoso. Puede rodear lugares peligrosos y desconocidos, lo sublime que nos aterra y que nos atrae a la vez. La Belleza puede ser puro anhelo, deseo hacia lo que no sabemos. Puro deseo que es la esencia de la vida, que se escapa de lo mineral para tomar consciencia de que deseas la misma Belleza…
 
 
Pinturas 2005 – 2008
Guillermo Pérez Villalta

METAMORFOSIS

Esta serie es continuación de lo expuesto en esta misma galería el año 2005. En ella me baso en escenas del texto clásico de Las Metamorfosis, de Ovidio, como otros tantos artistas lo han hecho a lo largo de siglos. Aunque los temas elegidos lo son por el interés personal en ellos, también fueron escogidos por sus posibilidades inventivas, o por enfrentarme a un tema largamente trillado, donde podría ejercitar mi particular versión desde mi propio tiempo.

1. Las lágrimas de Narciso. (pág. 24) El tema lo he  tratado ya otras veces, incluso ideé una fuente a orillas del Guadalquivir, con motivo de los eventos de la Expo’92, pero que no llegó nunca a realizarse. Aquí el tema del espejo roto por las lágrimas tiene una cierta atmósfera mezcla de romanticismo, paisaje leonardesco y psicodelia. También nace aquí un cierto tratamiento de la vegetación como geometría y arte óptico que he desarrollado bastante durante estos dos últimos años.

2. Leda y el cisne. (pág. 27) Este erótico tema, tan grato a los manieristas, ha sido interpretado en una fría visión de arte óptico, geometría y una suerte de psicodelia, pop y kitsch, muy de mi gusto en estos últimos tiempos, sólo que llevado con un extremo rigor analítico.

3. Atalanta e Hipomenes. (pág. 22) La carrera que Hipomenes gana a Atalanta gracias al engaño de las manzanas de oro que deja caer en su camino, y que también plasmó Guido Reni en su maravilloso cuadro de El Prado, me ha servido para un ejercicio de formas en movimiento que nada tienen de naturalista. Cada una de las figuras posee una génesis estilística distinta, que se entrelaza de manera armónica y contrapuesta a un mismo tiempo con la contraria.

4. El origen de la Vía Láctea. (pág. 23) Siempre que contemplaba este tema, en Tintoretto o Rubens, por ejemplo, no podía dejar de esbozar un sonrisa. Que el humor sea generador de una obra seria me parece una buena premisa. Aquí, la creación de formas a partir del tamiz basado en una geometría proporcional, que ha servido de base a todas las obras de la exposición, ha tenido interesante resultado.

5. Venus y el Amor. (pág. 20) Este viejo tema me ha servido principalmente para indagar sobre las formas del desnudo femenino que he realizado durante el periodo que cubre esta muestra. Éste en concreto tuvo un largo proceso de transformación en el dibujo. La figura de Cupido es resultado de reelaborar otra que hice en el año 85. Me resultó divertido partir de una figura mía como si de alguien ajeno se tratase. La geometría y el color de los bordes fueron especialmente estudiados.

6. Danae recibe la lluvia de oro. (pág. 16) Cuando comencé a pensar en este tema, que desde hace tiempo quería realizar, me vinieron las imágenes de las valkirias de los años 60 tostándose en La Costa del Sol. Recordé el Hotel Skol de Marbella, donde unas celosías daban cierta intimidad a los apartamentos, y de ahí nació la lluvia dorada, como redondelitos de sol a través de ellas. Después vino la razón geométrica y una sucesión de refinamientos en el proceso del dibujo de la figura. El rostro, con un perfil un frente, nació de un dibujo de mi cuaderno de trabajo.

7. Eros y Psique. (pág. 17) El interés por este tema viene de mi aprecio por el neoclasicismo romántico de la primera mitad del siglo XIX. Aunque el tema, donde unas ciertas gotas de cursilería enmascaran la crudeza del desvelo del amor, es atractivo. Me interesó más centrarme en un concepto casi táctil de la luz artificial, frente a la irrealidad de la luz nocturna. El espacio, sin perspectiva, se compartimento de un modo ortogonal, y la superposición y transparencia del color jugó un papel importante.

8. Diana y Acteón. (pág. 25) Quizá sea uno de los asuntos más tratados por mí a lo largo de los años. El misterio de la Naturaleza y de lo femenino, la noche que oculta aquello que es peligroso desvelar, siempre me han atraído, como una caza peligrosa. En el largo proceso de esta obra, que duró varios meses en ejecutarse, intervinieron muchas cosas. Desde el desnudo a esos temas acuáticos que tanto atrajo a mis compañeros de oficio y a mí mismo en los años 70, visitados aquí de nuevo al cabo de muchos años. La revisión de buena parte de la pintura de finales del XVII y del XVIII, ciertas obras del XX, la aplicación de la geometría o la psicodelia también están presentes. Incluso cierto planteamiento de lo pictórico en una época poco propicia para ello. Junto a esto último, me gustaba el reto de plantearme una obra compleja y lenta en este presente de lo instantáneo. Aunque el más profundo deseo era que quería verla.

SOBRE EL PATRIARCADO

9. Abaham e Isaac. (pág. 12) Quizá nada represente mejor la naturaleza del Dios de Abraham que esta historia y la transmisión del poder del padre divino al padre terrenal. Los otros elementos que aparecen son fieles a la iconografía tradicional. Una vid hace referencia al sacrificio de Cristo, y el Cordero Pascual como víctima expiatoria.

10. Guillermo Tell e hijo. (pág. 12) Las brabuconadas del padre con el hijo peana han sido tratadas aquí con un aire humorístico de excursionista helvético. El casi San Sebastián-hijo es el contrapunto.

11. Dios padre y Dios hijo. (pág. 13) Esa base incomprensible del cristianismo, por la cual el padre manda al hijo a morir, incluso deshace el uno para que muera el otro por unos pecados que Él creó. Me interesó la creación del pattern de fondo entre galáctico y de azulejo.

12. Saturno y sus hijos, con Júpiter. (pág. 13) Los dioses olímpicos no están ajenos a estos asuntos. En sus principios, Saturno-Tiempo como un agujero negro lo devora todo. Sólo el engaño permite al castrador Júpiter crear el nuevo patriarcado. Me fue especialmente interesante la creación de esa anatomía imposible, como de manierismo alucinante.

CUATRO CONVERSACIONES

13. Conversación entre Venus y Minerva, o el amor razonado. (pág. 18) La diosa de la razón trata de aleccionar a la casquivana Venus, ante la indiferencia de ésta. Es la más antigua de las obras expuesta, y se realizó para plantear un modo más pictoriscista de ejecución que no siempre he seguido en el resto de las obras.

14. Conversación entre la Curiosidad y el Conocimiento. (pág. 18) El planteamiento fue el de hace bodegones-conversaciones del que éste, por ahora, es el único ejemplo.

15. Conversación entre Ornamento e Intransigencia. (pág. 19) Pienso que el ornamento es como la sal y la pimienta de la vida, quizá por eso siempre me ha divertido meterme con la obra de Adolf Loos y, sobre todo, con sus acólitos del presente.

16. Conversación entre Naturaleza y Artificio. (pág. 19) Nace de una idea mucho más ambiciosa no realizada, que quizá exista algún día: la de un paisaje grutesco.

PAISAJES IMAGINARIOS

Los paisajes han sido un tema que me ha interesado especialmente en estos últimos tiempos. Incluso mi exposición inmediatamente anterior a ésta, la de las Islas (galería Siboney, Santander, noviembre de 2007), se basó en el paisaje fantástico. Estas tablitas nacen de mi amor hacia esos pequeños paisajes que se amontonan en los museos, tan generosos en su oferta a pesar del poco tiempo que solemos dedicarlos. Éstos en concreto se realizaron sobre un entramado geométrico donde la imaginación podía volar libre. El color se va espesando hacia el primer plano con violetas y púrpuras.

17. Paisaje imaginario con marismas. (pág. 32)
18. Paisaje imaginario con gruta. (pág. 32)
19. Paisaje imaginario con árbol. (pág. 33)
20. Paisaje imaginario con montaña. (pág. 33)
21. ¿Qué has encontrado en el camino? (pág. 26) Aunque no forma parte estrictamente de esta serie, sí es hijo de ella. También de mi amor por los paisajes de los románticos centroeuropeos.

PAISAJES IMAGINARIOS CON HISTORIAS

Es quizá la serie de planteamiento más libre del conjunto de la exposición. Casi todos ellos nacieron de una “imagen” fruto de la fantasía, imaginada. Aparecieron de pronto en mi mente. Hubo otras muchos paisajes, pero no se agarraron con suficiente fuerza a la memoria. A veces el tema aparecía con la imagen, pero en otras ocasiones fue buscado en un entretenido juego en el cual las leyendas bíblicas y mitológicas fueron visitadas en su búsqueda. Todos ellos están en los límites del buen gusto. Rastreo orígenes como Fantasía, Saludos Amigos y Los tres Caballeros, de Walt Disney, junto a ilustradores modernistas o cierta imaginería psicodélica. Sirvieron para experimentar el color. Y, sin duda, han dado frutos y seguiré trabajando en estos sitios.

22. Judith con la cabeza de Holofermes. (pág. 28)
23. Salomé con la cabeza del Bautista. (pág. 28)
24. Elena y Paris llegan a Troya. (pág. 29)
25. Tetis sumerge a Aquiles en la Laguna Estigia. (pág. 29)
26. Endimión es visitado por Daina en su sueño. (pág. 31)
27. Agar e Isamael en el desierto. (pág. 29)
28. Lot y sus hijas. (pág. 31)
29. Ulises en la isla de Circe. (pág. 31)
30. Adonis nace del árbol de la Mirra. (pág. 31)
31. La huida a Egipto. (pág. 29)

OBRAS QUE NO FORMAN SERIE

32. Anunciación (materia y vida). (pág. 15) Esta obra se basa en otra anterior, del año 1979, con la misma temática. En ella las dos perspectivas del díptico creaban un espacio virtual entre ambas. Pero aquí, el asunto se centra en la extrañeza de la vida frente al universo mineral. Esa vida que lucha por persistir y que crea la consciencia, el darnos cuenta de que nos damos cuenta… El ángel prefigura la evolución del Universo del que surge, como una chispa, la vida-Virgen, y el rayo-Luz que ilumina la idea. Durante el proceso de boceto me di cuenta que el espacio me recordaba la plana obra de Frank Stella titulada Jasper’s dilema (1962-63), así que acentué los tonos grises para la zona del ángel y los colores para el espacio de la Virgen, aunque no por ello pierde el aire de retablo religioso que imaginé al principio.

33. Hombre luchando contra un dragón. (pág. 21) De vez en cuando suelo pintar un San Jorge matando el dragón, como una especie de exorcismo frente a los males interiores. Es mi forma de expresionismo. La razón, el análisis y la mesura es la mejor arma que Minerva me suele dar para combatir tales Gorgonas, junto a la contemplación distanciada y cierto cinismo jocoso. Aquí el círculo fue divido en una estrella de doce puntas, cuyo entrelazado sirvió de base para componer las figuras, a su vez construidas por círculos. El color se obtiene por superposición de tonos contrarios, por transparencias. Visto en perspectiva creo que este exorcismo fue beneficioso.

34. El encuentro de Salomón y la Reina de Saba. (pág. 11) El tema surgió de repente. Meditaba sobre la Belleza y cómo ésta derrota toda sabiduría a la hora de precisarla, cuando caí de golpe ante el Sabio Salomón desarmado ante la Belleza de la Reina de Saba. Después llegó un entretenido imaginar los atributos de ambos. Razón, ciencia y lenguaje para uno, mientras componía ornamentos entre constelaciones y florecimientos para ella. Imaginando también formas bellas me llegaron a la mente las sensuales y elegantes curvas de la Catedral de Brasilia, de Óscar Niemeyer. Para el fondo ideé un paisaje desértico lleno de arquitecturas-torres en lo alto de montañas, como castillos imaginarios.

GUILLERMO PEREZ VILLALTA. PINTURAS 2005-2008. // GALERÍA SOLEDAD LORENZO. MADRID


Galería Soledad Lorenzo
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Tlf. 34 91 3082887
Fax:34 913086830
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