Al ver a Javier Calleja (Málaga, 1971) estos días en la galería Alfredo Viñas, ante esculturas milimétricas nacidas de un universo artístico distinto como es el suyo, empiezan a cuadrar muchas cosas. Entre otras, que aquel chaval que amaba el arte hasta cuando trabajaba de montador de las exposiciones del CAC ha crecido como artista.
Eso es lo que tiene hacer arte con el propio espacio expositivo, utilizar desde los enchufes al aparato de la alarma o un recoveco cercano al techo, para situar piezas que pese a su tamaño ínfimo terminan atrapando la mirada del espectador. «No quiero que el público haga un recorrido lineal por mis exposiciones», aseguraba ayer Javier Calleja para certificar lo que está consiguiendo en la céntrica galería Alfredo Viñas de la capital malagueña, donde a veces parece que sus creaciones semiocultas están jugando al escondite.
Allí, seguirá abierta hasta el 29 de enero una muestra que ha bautizado ‘El fin del mundo’ y recibe al espectador con un autorretrato de su cabeza degollada en el que está resumida la combinación entre inocencia y crítica al mundo actual que conviven en sus propuestas.
En ellas, da ahora rienda suelta a un apocalipsis optimista. A un fin del mundo que se duplica, para no cerrar a una puerta a la esperanza, en acepciones tan en apariencia antagónicas como las que le llevan a reflejar a veces en sus obras la catástrofe y en otras el retiro idílico: «Me encantaría irme una semana al fin del mundo», decía, mientras sonaba el sábado lluvioso, para ilustrar ese mensaje de sus paisajes que contrasta con sus amenazantes meteoritos o ese pequeño avión que se estrella contra ese penúltimo resquicio en el que se acaba la galería.
«Hay teóricos que dicen que el fin del mundo empezó el 11-S», asegura en una sala en la que es imposible quedarse quieto. Hay que moverse y alcanzar posturas inverosímiles para saciar la atención. Y si no que se lo pregunten al público que estos días visita el Centro de Arte Contemporáneo de Burgos, donde protagoniza otra muestra; a la propia Esperanza Aguirre, que se agachaba para buscar su obra por los enchufes en la reciente feria Estampa de Madrid; o al alcalde de Málaga, Francisco de la Torre, que hizo lo propio en la inauguración del sábado pasado.
Ahora, en el horizonte futuro aunque cercano está su participación en Arco de la mano de Alfredo Viñas. Y en el recuerdo más inmediato, flotan los calditos de pintarroja que apura en La Campana tras sus frecuentes visitas a esa galería en la que se cumple la frase que Calleja atribuye a Giacometti: «Mientras más pequeña es una escultura, mayor es el espacio que le rodea».