Pintura fotorreal. Esto ya no es lo que era, menos mal

“Los enterradores. Así los llamo yo. Hay un grupo de opinadores que se dedica a enterrar a la novela, al rock y a la pintura por sistema desde hace años”. Juan Francisco Casas lleva una semana en la Real Academia de España de Roma. Residirá allí un año entero disfrutando de la prestigiosa beca de pintura de la institución, y como bien dice, la voz de los enterradores no se fundamenta en la realidad. La pintura está más viva que nunca.

A primera vista, sus pinturas son una crónica gamberra de amigos que ríen, se divierten, posan y gestualizan. No sale de casa sin la cámara compacta ni regresa sin la película llena de momentos estelares, que luego lleva al lienzo con acrílico o al papel con el bolígrafo. En esas está desde hace dos años: retratos de dos metros por dos metros a boli Bic azul. Con una paciencia infinita y una pasión desmedida.

“Los académicos hablan del respeto al material. El boli, según ellos, es algo que no se ha hecho para esto. Por eso me gusta utilizarlo”. Algo está pasando, la institución centenaria y emblemática en la historia del arte español premia a un pintor que retrata a una amiga pasándose el hilo dental… y en boli Bic.

Casas reconoce que el drama conecta su trabajo con la pintura Barroca, porque lo inquietante de estas tomas jaraneras es lo que no se ve. En los márgenes está lo que no aparece, ahí la información que el espectador debe terminar por cerrar. El contexto narrativo que no existe es lo que debemos imaginar que está pasando.

Drama en escena

De todas formas, el drama también puede presentarse con un encuadre cerrado y propio de la pintura historicista de hace trescientos años, como ocurre con el trabajo de Kepa Garraza. El pintor vasco acude a una pintura realista –“Procuro que cuanto más claro quede, mejor. No quiero grandes misterios, que sea comprensible”–, pero con un acercamiento a lo mitológico que descubre la muerte de grandes artistas. Lo titula Y los llamados ángeles caídos, obra que cuelga estos días en la galería madrileña Salvador Díaz. Son 15 lienzos de grandes dimensiones que retratan el paradigma del artista obsesivo, de existencia traumática, capaz de dejar su vida a cambio de darlo todo por su obra. Para Kepa sentimos atracción por esos artistas que lo dan todo por el arte y se autodestruyen. El dichoso morbo.

“La técnica realista es ideal para llegar a todo el público”, explica Kepa que también reconoce que ese es el motivo por el que prefiere el discurso del cine, la accesibilidad. Es irónico y sarcástico y en estas imágenes de grandes artistas yacentes ha planteado un verdadero culebrón, de serie B. Ya está ideando un nuevo trabajo con las mismas prioridades, un grupo terrorista que agrede a la banda del arte. Secuestran cuadros, galerías y críticos. “Es una perspectiva de extrema izquierda del arte”.

No tan reales

La definición formal de ambos es pulcrísima. Tanto, que hace de estas imágenes algo profundamente irreal. Esas atmósferas fantásticas también se suceden en el trabajo de Paloma Pájaro. Ella, al igual que Juan Francisco Casas y Kepa Garraza, parte de la fotografía. De hecho, éste último reconoce que cada día dedica más tiempo y esfuerzo al trabajo previo de la pintura final. “Mis procedimientos cada vez son más parecidos a los del cine, porque elaboro más los decorados con una preparación previa muy compleja”. Éste es sólo el inicio del resultado final.

Ese es el trabajo previo y básico antes de llegar a la pintura. La composición en estos tres artistas parte de la toma fotográfica. Paloma Pájaro indica que no proyecta la foto sobre la tabla para copiar, pero tampoco está interesada en trabajar desde el natural. Quizá lo natural ya no interesa a nadie.

Hermetismo cero

Paloma deja ver la cultura de consumo, la publicidad y la banalidad. Las segundas residencias y el uso del ocio, las vacaciones y el tiempo libre. La serie Quédate día feliz 2006 es un proyecto transparente. Y como los otros dos pintores, quiere llegar al impacto, sin pasar por lo intelectual, que es más peligroso y mucho más lento. “Hay poco gesto mío –asegura–. Quiero que todo sea sencillo y accesible. Me interesa cierto aspecto amable de la pintura. Estoy harta de tanto hermetismo. Aunque sí me gusta dejar espacio a la ambigüedad”.

Lo dice porque se dedica al repertorio de simbología del tiempo libre, con sus hamacas y sus palmeras, con sus risas y un gesto amargo de seres incapaces de ser felices. Paloma cierra con un “cuanto mayor nivel económico, más frustración personal”.

PEIO H. RIAÑO

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