Pepe Espaliú, el doble compromiso con la vida y el arte

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CORDOBA.- El eco artístico de Pepe Espaliú (Córdoba, 1955-1993) perdura en la memoria colectiva. Imposible olvidar la creación serena y brutal que el artista hizo desde su certeza de enfermo terminal de sida, orillado conscientemente en un malditismo creativo que le empujó a sentarse sobre un palanquín aristocrático, el carrying, dejándose llevar de mano en mano por la calle en performances antológicas que sublimaron su doble compromiso con la vida y el arte.

Versátil y genial, de misterioso atractivo, homosexual sin armario, Pepe Espaliú queda en el recuerdo como el hombre que utilizó el arte para pedir auxilio y reivindicar la dignidad absoluta de los enfermos de sida, a los que por entonces media sociedad hacinaba en la cueva de los apestados. «Sus últimos años, desde que le comunicaron su contagio en 1990 en Nueva York, fueron frenéticos. Quería divulgar, quitar tapujos y miedos sobre la enfermedad», explica Juan Vicente Aliaga, amigo, colega y comisario de la exposición Pepe Espaliú desde Córdoba, que acaba de inaugurarse y permanecerá abierta hasta el 18 de marzo en la sala Vimcorsa de su ciudad natal.

La trayectoria artística de Espaliú, breve e intensa, se repasa a través de 57 piezas, aportadas por familiares, galeristas como Pepe Cobo, coleccionistas privados e instituciones. Una miscelánea de pintura, escultura, dibujo, fotografía, vídeo y carryings, de los que permanecen las sillas utilizadas por los españoles insignes del siglo XVIII y reivindicadas por el artista para el ennoblecimiento del seropositivo.

¿Por qué ahora esta muestra? «La única que se había hecho en Córdoba fue en 1994, y pasó desapercibida. Esto es un acto de desagravio», dice el padre del creador, José González Espaliú, quien confiesa que, pese a no entender muy bien su arte, aprecia «cómo lo utilizó para la vida, negándose a que la enfermedad lo arrinconara, revolviéndose y acometiendo una lucha que no pasó desapercibida».

Espaliú era un artista cordobés (familia de joyeros) que regresó a su tierra «a morir», según Juan Vicente Aliaga, aunque su biografía, aún no escrita, acredite un anhelante viaje a los hervideros de la cultura mundial. «Cierto concepto del espacio, ciertas figuras y símbolos son de Córdoba, y con ellos articuló parte de su discurso artístico», explica Aliaga.

De hecho, se aferró al cosmopolitismo de las ciudades donde vivió-creó: primero, Sevilla («se fue porque le parecía bastante provinciana»); Barcelona (donde, en los 70, entró en contacto con el psicoanálisis, que tuvo una influencia intelectual paralela a la que obró en su forma de expresión artística el surrealismo); París y Amsterdam, donde conoció el libre asociacionismo gay, y Madrid, donde se instaló en la segunda mitad de los 80, sin descuidar sus bases europeas ni el influjo neoyorquino.

El visitante puede contemplar la propuesta que hizo para el Puente Romano de Córdoba, donde quería colocar una gigantesca muleta, divisa de la ayuda que necesitan los enfermos de sida. Y junto a la muleta, el caparazón de tortuga, la cuerda, las tenazas, la caja, la jaula, la hendidura, símbolos que le permitían valorar el mundo a través del sustrato íntimo y privado de las personas.

La exposición muestra cómo en su obra anterior al mazazo de la enfermedad, Espaliú manifestó una «fascinación por lo banal […] y a la vez por lo hermético; y el distanciamiento que da la no creencia en los contenidos desgastados a los que anteponen la simulación, el juego, la teatralidad, el enigma y el engaño a la hora de recrear imágenes», escribe la crítica de arte Mar Villaespesa. La forma de entreverar política y arte «con formas polimorfas y a veces contrapuestas entre sí», en palabras de Aliaga, es anterior al sida, al declinar físico y al estallido de un activismo asombrosamente enérgico para una persona que se medicó con el antirretroviral AZT, que depara pertinaces accesos de náusea y vómitos como primer y no único efecto secundario.

«Mi primera reacción fue negar», contó Espaliú. «Rechazó su cuerpo», atestigua Aliaga. Pero el péndulo osciló hacia el otro lado. Emocionado por el activismo a favor de los enfermos de sida de la ACT-UP en Nueva York, Espaliú vislumbra la opción de hacer del virus un ariete. El chispazo es verbal: caring en inglés es cuidar; carrying es transportar. La forma de pronunciarlo allí es similar. «A un enfermo de sida le costaba entonces hacerlo todo. Ir a orinar era un suplicio», explica Aliaga. «Ayúdame, llévame», pensaría Espaliú, que buscaba la forma de pedir generosamente.

Digerido el impacto y concebido el carrying, las performances de 1992 y 1993 son irrepetibles, y su impacto mediático creciente. Era a principios de los 90 y el sida no era lo que es. Mientras un enfermo, expulsado por los vecinos de un pueblo de Palencia, se veía obligado a dormir en una tienda de campaña, temeroso de sus vecinos, Pepe Espaliú era aupado, de mano en mano, por las calles de San Sebastián y Madrid.

Eran los carryings. Vídeos y piezas en la exposición certifican este concepto de arte participativo y punzante, pegado a la vida. Los expertos coinciden en que nunca recurrió al ruido sin nueces, y menos al panfletarismo. «Tiene profundidad, gran cantidad de referencias literarias y artísticas», recuerda Aliaga.

«Es difícil ser eficaz», decía el artista en una entrevista en 1993, cuando ya pretendía conseguir un objetivo social (desconfiaba de este adjetivo) del que él no iba a poder beneficiarse. Ese mismo año, en Arnhem (Holanda), hace construir un gran pentágono para su acción El nido. Él da vueltas alrededor del pentágono, y por cada vuelta se quita una prenda. «Su físico estaba ya muy deteriorado», cuenta Aliaga. Pero el protagonismo de la performance no era para su cuerpo decadente, sino para el nido de ropa que va formándose, símbolo del acurruco que el enfermo necesita.

 
 
www.elmundo.es / ANGEL MUNARRIZ 
 

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