Spalletti y Dzama en Helga de Alvear

Marcel Dzama

La Galería Helga de Alvear expone estos días a dos artistas muy distintos: el italiano Ettore Spaletti y el canadiense Marcel Dzama. No es la primera vez que se exhibe su obra en España. Spalletti había colaborado con el IVAM de Valencia y con la Fundación La Caixa; Dzama, por su parte, ya había expuesto de manera individual, aunque es la primera vez que lo hace en Helga de Alvear.

 

Ettore Spaletti (1940, Cappele sul Tavo) nos presenta un trabajo sorprendente, formado por seis cuadros y seis columnas exentas que pretenden huir de la clasificación tradicional. Los cuadros no pretenden ser tal cosa: se trata de monocromos cuya técnica bascula entre el fresco y lo puramente escultórico, puesto que observamos pequeñas incisiones y, por tanto, la participación matérica de la obra en el espacio. Esta técnica, llamada“impasto”, evoca al mundo renacentista y la pintura al fresco. Resulta inevitable pensar en el minimalismo y, sin embargo, parece que los suaves colores –rosa, gris, azul- no sólo suponen un lenitivo para tanta abstracción, sino que además introducen cierto lirismo en la “asepsia” minimalista. Por tanto, el espectador obtiene sensaciones contradictorias: lo denotativo se opone a la atmósfera envolvente de los colores.

Todavía más desconcertante es la sala siguiente: en ella se erigen seis columnas, dos circulares, dos cuadradas y dos que combinan ambas formas, en las que se juega con los monocromos anteriores a través de la inclusión de color en una de sus caras. Este juego contrarresta la impresión cegadora de la sala; lejos quedan los orígenes povera de este artista, y más cerca, aunque él lo niegue, el “white cube” del que hablaba O’Doherty. Spaletti nos propone un juego para disolver fronteras entre las categorías artísticas: sus columnas tienen algo más de pintura que de arquitectura (porque no dejan de ser soportes pictóricos), y sus monocromos, algo más de escultórico que de pictórico puesto que, además de las incisiones en la superficie, el espacio que generan es similar al que proporciona una escultura.

Muy distinta es Delila’s dance, la obra que presenta Marcel Dzama (1974, Winnipeg, Manitoba, Canadá). Delila’s dance está formada por un conjunto de acuarelas sobre papel realizadas ex profeso para la galería y, con ellas, el sosiego que nos proponía Spaletti se ve sustituido por un intenso alboroto. Como si fuera un circo algo más que extraño, las figuras deambulan flotantes por el papel, y entre ellas, distinguimos bailarinas, vaqueros, toreros, animales en extrañas posiciones, elementos eróticos, etc. Hay una búsqueda de la confrontación violenta y directa con el espectador: las bailarinas, lejos de ser meros maniquíes, empuñan armas o protagonizan escenas grotescas. Incluso a veces llevan bata de cola. De esta manera, vemos las referencias continuas al folclore español, distinguiendo también elementos taurinos.

En este sentido, es muy notable la influencia de Goya, no sólo de sus Caprichos (a través de los animales y los títulos de los dibujos) sino también de su Tauromaquia. También Lorca, como símbolo de esa España folclórica, está presente a través de sus versos. Por otro lado, el antifaz, las máscaras y las formas geométricas propias del arlequín evocan el mundo del teatro además de a la iconografía teatral de los años veinte y treinta. No resulta osado, por tanto, pensar en las escenografías picassianas, así como en sus arlequines. El vídeo que acompaña los dibujos, The infidels, es un paso más en esa puesta en escena; en él podemos ver a un ejército de bailarinas enfrentándose a otro compuesto por soldados. La tensión que percibíamos en las acuarelas es resuelta de manera brutal en esta pieza.

El hecho de presentar la obra en papel y la manera de disponer las figuras en el espacio podrían recordar a Nancy Spero o a Nalini Malani, aunque las pretensiones de éstas sean muy distintas. Las composiciones son libres y no parecen seguir un orden concreto: las escenas se yuxtaponen con la misma arbitrariedad de las acciones que representan. No obstante, a pesar de ese desenfado posmoderno, advertimos cierto tono severo en las contínuas referencias a la muerte, representada a través de las armas y sus ejecutores. Los animales también son, en ocasiones, símbolo de destrucción. Destaca en este sentido uno de los dibujos, protagonizado por un lobo (casi a la manera de Kiki Smith) rodeado de mujeres, y un subtítulo: “Mi padre era un hombre lobo en un tierra donde prevaleció la bestialidad”.

 

Ettore Spalletti – Marcel Dzama

Hasta el 13 de marzo

 

Galería Helga de Alvear

Calle del Doctor Fourquet 1

28012 Madrid

91 468 05 06

www.helgadealvear.com


www.revistaclavesdearte.com

 

Ana Folguera de la Cámara

 

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