El comisario de esta exposición, Iván de la Torre, ha tomado como elemento generador de discurso y como aglutinante para la selección de los siete artistas que la componen, el poema Trece maneras de mirar un mirlo, del poeta y ensayista norteamericano Wallace Stevens (1879-1955). No es casual esta elección poética, puesto que Stevens ha sido uno de los autores -ciertamente no muchos- que durante el siglo XX ha reflexionado sobre la cercanía y las relaciones entre poesía y pintura; viejo y fecundo asunto, dejado al margen desde hace décadas, que surgió en la Antigüedad y que, las más de las veces, queda condensado -si no injustamente reducido- en el lema horaciano de la ut pictura poesis (así la pintura como la poesía).
Así pues, Iván de la Torre ha optado por una pintura, por lo general, de carácter expresionista, violenta gestual o cromáticamente (o ambas a la vez), nunca abstracta pero sí informe, grotesca e infantiloide en su figuración, aunque autores como Santiago Talavera y Marco Castro contravienen este último aspecto gracias a lo depurado y estilizado de sus imágenes. Una pintura opresiva, excesiva, densa y fabuladora que elude la mesura y la contención.
Pablo Valle realiza una pintura grotescamente naïf, o naïfmente grotesca, en la que desatiende las escalas y perspectivas y busca una factura torpe e infantil. En las obras seleccionadas hay un canto a la Naturaleza, de un lado mediante los algo más de ochenta pájaros en pequeño formato y, de otro, mediante la confrontación de un exuberante jardín, en el que los niños muestran su verdadera naturaleza, y las moles de cemento de la ciudad; opone, por tanto, lo primigenio de nuestra condición con el entorno urbano como ámbito, como segunda naturaleza, creada por el ser humano. Cristina Lama aporta extrañamiento a sus composiciones expresionistas, provocado, en muchos casos, por las filacterias y bocadillos que introduce con mensajes enigmáticos, por lo peculiar de su universo y por la colisión de puntos de vista con los que toma cada uno de los elementos representados. James Aldridge, en un canto al horror vacui y lo decorativo, plantea, gracias a la vegetación y la presencia de animales y esqueletos, un simbólico y siniestro panegírico de lo natural (lugar de la vida, la muerte y residencia de lo arcano) al tiempo que un memento mori. Cercana a ese decorativismo encontramos la vegetación cuasi-psicodélica y el cromatismo desenfrenado de Manuel León.
Pesce Khete vulnera la figuración a través de la inmediatez del acto de pintar, la violencia gestual y lo matérico del óleo que forma volúmenes y acumulaciones. Hay en él un posicionamiento hacia lo precario y lo pobre, como sus acabados con cinta de carrocero. Santiago Talavera, a pesar de su universo cristalino y reconocible, o tal vez por ello, propone una extravagante y sofisticada confrontación entre lo natural e indómito y lo humano y construido, en la que encontramos fetiches de esa Naturaleza domesticada o incluso cosificada.
Marcos Castro, con una suerte de metáfora de un mundo dividido entre ciervos y lobos, resulta exquisito gracias a su figuración gráfica y estilizada, que rememora la estampa japonesa, y a la sugerente y portentosa mancha que como una nube o una ola asiste a la inquietante escena.
En la sexta estrofa de Trece maneras de mirar un mirlo leemos: "El hielo cubría el ventanal/ de cristales bárbaros./ La sombra del mirlo/ lo cruzaba de un lado a otro./ La fantasía/ trazaba en la sombra/ una causa indescifrable". Justo lo que han trazado algunos de estos creadores gracias a la imaginación y fantasía pictóricas.
Colectiva Galería Isabel Hurley Paseo de Reding 39-bajo, Málaga Hasta el 16 de junio