Pintando en la Toscana. Miki Leal

Miki Leal

 Situado en lo alto de una colina a mitad de camino entre Siena y Florencia, Il Cellese es un pequeño hotel rural de atmósfera familiar que posee todo el encanto de la Toscana. Rodeado de cipreses, olivos y sobre todo viñedos, el lugar no puede resultar más idílico para alguien necesitado de tranquilidad. Esta finca de difícil acceso, perdida en la región de Chianti, pertenece a la familia de Rico Sardelli, un empresario italiano de sensibilidad exquisita, maneras sencillas y buen gusto, establecido en Sevilla desde los años 70. Rico además de coleccionista, es amigo de muchos pintores, con los que tiene una relación próxima y habitual. Conoce a los más veteranos, y por supuesto también a los más jóvenes, artistas a los que invita con generosidad a pasar algún tiempo en su hospedería. Hasta allí precisamente se fueron el pasado mes de agosto Miki Leal y Cristóbal Quintero para alejarse de los rigores estivales y desconectar dos semanas sin otra preocupación que la pintura.

En su primera individual en la galería Fúcares de Madrid, Miki Leal (Sevilla, 1974) disfruta precisamente de eso, de la pintura, y da rienda suelta a sus capacidades. La mayoría de los cuadros que presenta ahora fueron realizados al aire libre y pocos se tocaron a posteriori. A excepción del espléndido díptico Il Cellese y la moda, que prácticamente se elaboró al completo en el estudio, el resto están concebidos en los alrededores de la hacienda campestre que da nombre a la muestra. Otros apuntes y dibujos, también ejecutados del natural, se tomaron en la Riviera francesa y en las playas de la Costa Azul. De hecho, incluso se han incluido dos piezas de su proyecto anterior, La Cabaña, llevado a cabo con una beca de Cajasol, porque conceptualmente la idea es la misma y enlazan a la perfección.

La pintura plain air permite mucha libertad y es una motivación añadida para quien recurre a ella, pero tiene la dificultad de estar desprovista de anclajes y referencias habituales usadas por los artistas de hoy, que en la mayoría de los casos se inspiran en imágenes planas sacadas de medios impresos. Enfrentarse a una panorámica abierta, sin límites ni acotaciones, es complicado y hay que manejarse bien si no se quiere caer en un mimetismo irrelevante. Miki Leal ojea con atención su entorno, coge elementos con autonomía y los dispone en el cuadro con frescura y criterio. Realmente, trabaja con proyecciones mentales sacadas de su inventiva y a partir de ellas construye paisajes imaginarios que trascienden la realidad. Su mayor argumento es la propia pintura, ésa es su baza, pero acude a elementos reconocibles porque necesita motivos que le sirvan de pretexto para desarrollar la obra. Lo que hace no se inscribe dentro del paisajismo al uso, y aunque algunos piensen que se ha aproximado al género, está más cercano a una representación abstracta que a una simple imitación. El artista actúa de manera impulsiva con soltura y desparpajo, sin perder ni un ápice de autenticidad, alejándose de poses impostadas y evitando controlar qué es lo que va a ocurrir. Incluso aprovecha el azar, las equivocaciones o la imprevisión (presenta un papel mojado por la lluvia y otro arrugado que desechó en un primer momento) como claves espontáneas que potencian las posibilidades del proceso y su devenir natural. También recorta, rasga, rompe, dobla o salpica para hacer descollar las texturas y la variedad de recursos que permite el soporte. Lo único importante para Leal es que funcionen con desenvoltura los ingredientes que suma, logrando así captar la atmósfera del instante en el que se concibe cada trabajo. Su intención siempre es sensitiva; nunca pretende copiar lo que mira, sino inventar a partir de lo que ve.

Lejos de las vistas generales que predominan en el pleinairismo, Miki Leal combina aquí planos largos y cortos como si sus imágenes fuesen frames sacados de una narración cinematográfica. Lo que ocurre ahora es que su posición dentro de la historia ha cambiado, aparece como protagonista y no como un simple testigo desinteresado. A diferencia de otros conjuntos anteriores, el punto de vista en esta exposición es literal -vemos lo que él ve-, una mirada subjetiva que conlleva la máxima implicación. Estos cuadros revelan vivencias y dan testimonio de un viaje. Sustancialmente, son impresiones acumuladas en lugares ajenos de los que el pintor deja constancia a través de su lenguaje.

Redacción / SEVILLA | 22-11-2010

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