MP&MP: MUROS, PAREDES

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MP&MP sustituyen algo: lo que hay detrás. Porque siempre hay algo detrás. A veces rezuma y se escurre por sus fisuras. A veces engulle –¿o amenaza con escupir lo que tragó?–, y los muros de su Limbo digieren como boas a quienes se apoyaron contra ellos.

A veces sólo aguarda: una grieta, un ojo de cerradura nos invitan a mirar al otro lado. A lo mejor algo nos mira del otro lado. De quién son los ojos de las cerraduras: para quién trabajan. Exactamente nueve meses después de la muerte de Duchamp se abrió en el Museo de Filadelfia la sala que muestra –y esconde y hace posible– la obra de sus últimos veinte años: Etant Donnés. Al entrar sólo vemos un muro hecho con esos ladrillos que tanto gustan a MP&MP.

Otra pared con ojos: en el muro hay una puerta; en la puerta, dos agujeritos. Los ojos, aquí, son los del propio Duchamp. Corremos, claro, a mirar por ellos. Al otro lado, un espacio oscuro, cerrado por otra pared: ¿un Limbo antes del Paraíso, una de esas tierras de nadie que tan bien conocen los Rosado? Podría ser, porque más allá, tras una grieta, vemos una especie de jardín del Edén: un paisaje, una mujer desnuda, un sol falso, agua de verdad corriendo como en los nacimientos que nos hipnotizaban de niños. ¿Es Etant Donnés una escultura, un environment, una instalación? ¿Lo son las obras de los Rosado? La cosa no es tan simple. En el cuadernito de instrucciones para su montaje Duchamp lo llama “aproximación desmontable”.

Es difícil decir si los Rosado aproximan: más bien alejan, o ponen a raya. Resulta más sencillo, eso sí, descartar sus obras como esculturas. Una frase maligna, atribuida a veces a Ad Reinhardt, a veces a Barnett Newman (tanto da, porque es una época de compartimentos aún estancos la que habla): “La escultura es eso con lo que tropezamos cuando andamos hacia atrás para ver mejor una pintura”.

La obra de MP&MP quizá sea precisamente eso con lo que tropezamos cuando queremos ver una escultura. Nuestra espalda acabará dando contra un muro –y lo que hay detrás. John Cage recuerda a Duchamp preguntándose por qué los escultores se empeñan en que sus obras puedan verse desde todos los ángulos. Él quería para las suyas un punto de vista obligatorio. Lo mismo pasa con los Rosado. Aunque no lo parezca, aunque creamos movernos a nuestras anchas, sólo podemos mirarlas de un lado: el lado de aquí. Decía Duchamp: El espectador hace la pintura. Y ciertamente la mirada a través de la puerta hace Etant Donnés. ¿Existe Etant Donnés –existe la obra de los Rosado– cuando nadie mira por el ojo de la cerradura? Es una versión sofisticada de una pregunta inquietante de nuestra infancia, relativa a la luz de la nevera y con más enjundia de lo que creemos de mayores. Es más fácil contestar a la primera cuestión con un no rotundo: las obras de los MP & MP cuajan a medio camino entre el que mira y lo que mira y necesitan de ambos para formularse sin palabras. Nuestro lado del muro sugiere y pronuncia sin ruido el otro. Sus paredes y nuestra mirada hacen el resto. O viceversa. Y lo más interesante: recuerda Cage los dos talleres americanos de Duchamp. El de las visitas y el otro: el contiguo donde trabajaba, vedado incluso a los íntimos. Justo al otro lado de la pared, latiendo y perturbando la visita oficial. Duchamp quería trabajar “bajo tierra”. Los Rosado trabajan del otro lado del muro. Y el tabique que separaba los dos estudios de Nueva York era muy parecido a sus paredes: medianeras.

Javier G. Montes

http://arcoenglish.artmediacompany.com/arco06/feria_virtual/es/10461.htm

www.pepecobo.com

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