“Fantasía Andaluza”. El término fantasía, rico en acepciones, se ajusta bien a la realidad poética que la impregna y que también ha sido captada por autores de diferentes latitudes y épocas, sean en el campo de la escritura, la música o la pintura. En este sentido Ming parece continuar en esta línea sin perder la identidad que le es propia. Partiendo de estos presupuestos, Ming de modo ambicioso y tomando todos los medios expresivos a su alcance, pintura, formatos e instalación, invade un espacio con un sentido de totalidad con la idea de envolver, de crear un clima de grata sinestesia al contemplador. Fondo y forma se superponen en superficies densas en texturas y pigmentación que a veces se antojan labradas por la tectonicidad de los grafismos, otras se deslizan en imágenes caprichosas de poderosa capacidad de sugerencia entre lo vegetal y orgánico a la manera de hiedra que crece sobre el intenso rojo, diríase de un biombo lacado o estampado de seda. La ambigüedad del signo a mitad del cambio del trazo informal, la flor y “el letrismo” abstracto estilizado sirven de elementos discursivos. Curiosamente el vocabulario ornamental islámico parece tener una correspondencia o eco en estas formas vibrátiles y plenas de ritmo, el ataurique, la laceria y lo epigráfico, asemejan haberse metamorfoseado por obra y gracia de Ming. Es frecuente observar en sus lienzos una dialéctica entre lo prolijo de las tramas y el vacío en campos de color monocromos en graduación de tonalidades. La variedad de formatos empleados impele a distintas percepciones visuales y sensaciones, la composición secuencial y asimétrica compuesta por un conjunto de unidades, se acompaña por piezas verticales o el tondo, cuya circularidad parece asumir el concepto de medallón heráldico a la manera de los que penden en el interior de la mezquita de Santa Sofía en la actual Estambul. Bipolaridad oriente-occidente, ambivalencia iconográfica desde la subjetividad de un artista cuya memoria no renuncia a la conciencia del presente y al lugar donde hoy habita.
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La ósmosis perfecta está en la materialización del concepto y su forma, es decir, “lo que se nos dice y el cómo”, Ming Yi Chou alcanza este objetivo desde su personal propuesta estética, una formulación que desde finales de los años noventa le distingue a la par que paulatinamente sigue profundizando en ella. La obra de este taiwanés afincado en Sevilla, tiene la cualidad de ofrecer unas raíces claramente orientales propias del lugar y la cultura de procedencia, en comunión con un lenguaje acorde con los tiempos actuales, donde la diversidad de tendencias constituye uno de sus rasgos más acusados y distintivos. El hecho de vivir en Andalucía, tierra por donde han pasado múltiples civilizaciones no es indiferente, no lo ha sido nunca para ningún artista foráneo con sensibilidad y Ming la tiene, de ahí que en alguna exposición anterior, como en la presente, su rotulación aluda a ella:
Fernando Martín Martín
Sevilla