CARLOS ALCOLEA. Crítica por Francisco Rivas

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Tengo un amigo que para expresar un máximo de admiración hacia algo, un cuadro, un disco o un paisaje, suele decir: «¡Esto aguanta un ácido!» Se lo escuché por última vez en la inauguración de Carlos Alcolea y, aunque yo no siempre comparto sus juicios, no dudé en darlo por bueno en esta ocasión. Según cuenta mi amigo, y aquí me limito a transcribir literalmente sus opiniones, no todo, «aguanta un ácido», más bien al contrario. «No se trata de una cuestión de voluntad -afirma él-, sino de un efecto automático. El ácido dota al ojo como de un talante eléctrico, la mirada se queda como prendida en todos los dispositivos y circuitos eléctricos, todo lo demás se borra o se difumina.

Fluídos eléctricos

Y no sólo a lo obviamente eléctrico, como en las farolas de las calles, los anuncios de neón o los escaparates iluminados por la noche. Ayuda también a descubrir fluídos eléctricos debajo de muchas otras cosas, en las venas, en el cuerpo, en otras miradas y, créeme, también en la pintura. Hay colores que se encienden y colores que se apagan. En algunos cuadros ves perfectamente como muchos dispositivos se disparan, están en continuo funcionamiento. Tiene que haber por fuerza algo eléctrico en estos colores y estos dispositivos. Mira aquí, por ejemplo (me señala el Miki Mouse), hay algo que no para de funcionar realmente, créeme.» Sigue contándome que él ha hecho muchas veces la prueba en el Prado, descubriendo así muchos dispositivos (esta es la palabra que utiliza) en cuadros que ya creía agotados de tanto mirarlos. A mí, claro, me gustaría creerle y por eso transcribo algunas de sus sugerencias, pero no creo, en cambio, que sea forzoso realizar la experiencia en la exposición de Alcolea, pues si hay muy pocos cuadros que ver en ella, tan sólo cuatro, sí hay mucha pintura que ver y cada cuadro promete no agotarse con una mirada, ni con dos, ni con tres…. prometen incluso aguantar una mirada eléctrica, como dice mi amigo. Y no es esto poco al referirse a un cuadro, acostumbrados como estamos ya en el ejercicio de esta profesión a agotar exposiciones enteras aun antes de mirarlas. Se agradecen, pues, estas invitaciones a la zambullida, estas seducciones a la retina que prometen un viaje ininterrumpido, un deslizamiento continuo. De visita imprescindible, por tanto. El catálogo es, además, uno de los más logrados en la historia de Buades y contiene un excelente texto de Patricio Bulnes, fundamental para acercarse a esta pintura de Alcolea. No resisto la tentación de citarlo: «La topolización del pintor, ese naufragio en la superficie, pasa entonces por la fabricación de un arco bizco, dar en la diana es el fraude de la pintura, pintar en cambio el Matisse de día, Matisse de noche es el arquero frustrado, el arquero dando con el pie en el suelo. Ese tableteo impaciente de la puntera en la tierra, el zahorí lo sabría, otros ojos lo sabrían, es el compás que anuncia la venida del agua, el arquero olvidado del blanco, acompasa sin saberlo una nueva danza.»

FRANCISCO RIVAS 01/03/1979

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